Acabo de volver a comprobar el correo electrónico. Y nada. Ningún mensaje del muchacho. Y ya es tarde y me acaban de llamar del periódico, pidiendo este artículo. Así que, me va a tocar escribirlo a mí. Que estaba yo esperanzado en que me lo hubiera redactado ese chaval que, el pasado viernes, habló en nombre del colectivo “Pedaladas por la Vega” durante una entrega de premios.
La primera vez que lo vi fue el miércoles santo. En el mismo parque Tico Medina del pasado viernes. Estaba ultimando la partida hacia Sanlúcar de Barrameda en bicicleta, para acompañar a Jorge Abarca en su lucha por dar visibilidad al ELA y recaudar fondos que permitan seguir investigando cómo vencer a la Esclerosis Lateral Amiotrófica. La del cubo del agua de hace un par de años. O tres. ¿Se acuerdan?
De Jorge hablaré pronto. Hoy quiero centrarme en aquel muchacho rubio y enjuto, de rostro serio, más preocupado por fiscalizar y comprobar que todo estuviera bien, antes arrancar la expedición, que pendiente de las fotos, bromas y alharacas del resto de participantes.
Como digo, lo volví a ver el viernes. Y, sobre todo, le escuché. Al principio se mostró nervioso, en lo alto del escenario. De hecho, anunció que iba a usar una chuleta. Pero no le hizo falta. Porque cuando se tienen ideas y pasión, no hace falta nada más.
Y el muchacho va sobrado de ambas. De ideas claras y de fuego para verbalizarlas y compartirlas. En los tres o cuatro minutos que invirtió en agradecer la concesión del premio “Amigos de la Vega”, soltó un puñado de verdades que cosecharon encendidos aplausos de la concurrencia. Imagino que las autoridades y políticos presentes suspiraron al saber que no tenían que hablar después de él: lo hubieran tenido complicado, tan alto había dejado el listón.
Cuando el muchacho se bajó de la tarima, le abordé y le pregunté si podía pasarme su discurso. Acostumbrados a vincular a los jóvenes con el Botellón, la abulia, el pasotismo y demás clichés, estaba impresionado por la intervención de aquel joven deportista. Me dijo que lo llevaba manuscrito, pero que podía volver a escribirlo en un ordenador y mandármelo por correo electrónico. Apuntó mi e-mail.
Y aquí estamos, ustedes y yo, esperando las encendidas y esperanzadoras palabras del Muchacho por la Vega…
Jesús Lens