Compré el libro de Pierre Lemaitre en un sitio tan poco glamuroso como la librería de un aeropuerto. Recuerdo que empecé a leerlo en el avión, durante la maniobra de aterrizaje del vuelo de vuelta a casa y seguí devorándolo con ansia en el autobús de Málaga a Granada… hasta que se hizo de noche y tuve que pasarme al móvil.
De hecho, mientras me tomaba unas bravas en un bar de cerca del aeropuerto malacitano, esperando al Alsina, apenas había dejado de leer.
Estaba impactado.
Y encantado.
Porque fue una de esas compras que hice impulsivamente, sin saber nada del autor o de la novela. O, siendo honestos, sin saber mucho; que sí tenía conocimiento de que Lemaitre había ganado el Goncourt por una novela no policíaca y que había hecho algunas declaraciones incendiarias sobre su (in)fidelidad al género.
Pero no sabía nada más. Y de “Vestido de novia”… rien de rien.
El caso es que estaba yo absolutamente fascinado con la historia de Sophie y empecé a llenar mi Muro de Facebook y el Timeline de Twitter con elogiosas referencias a la novela publicada por Alfaguara.
¿Qué pasó después, en Granada, para que esa fascinación se fuese enfriando y terminase tornándose en creciente decepción y postrer irritación? ¿Sería la proverbial mala follá de mi tierra? ¿Soy un lector más facilón cuando estoy fuera del ambiente nazarí?
Podría ser.
Pero no.
No es así.
Y como no quiero arruinar a nadie la lectura de una historia con hechuras de best seller que se caería a pedazos en el caso de contar una sola cosa de más sobre la trama y/o la estructura que la conforma, cierro el pico, aquí y ahora.
Solo diré, eso sí, que la novela me parece un perfecto ejemplo de cómo una idea extraordinaria y un planteamiento de lo más sugestivo se va cayendo de las manos a medida que avanza la lectura.
Digamos que hay tres novelas en una.
La primera, ya lo he comentado, deslumbrante, atosigadora, inquietante. Llega hasta la página 110 del libro. Un tercio. Que no está mal.
La segunda parte te abre los ojos y, aunque sigue siendo malsana y tiene un punto de desasosegante, ya no es lo mismo.
Y luego ya, el tramo final y el desenlace… bueno… esto… digamos que es mejor reír que llorar y que conviene tomárselo con sentido del humor. Y punto. Para no cabrearse con la sensación de tomadura de pelo.
“Vestido de novia” es una novela estupenda para comprobar lo ingrato del proceso creativo y del arte de escribir, lo complicado que es llevar a buen puerto una narración y lo difícil que es rematarla para que todos los detalles acaben cuadrando de una forma creíble y con sentido.
Dicen que la serie de Lemaitre protagonizada por el comandante Camille Verhoeben, cuyos exiguos 145 centímetros de altura lo convierten en una rara avis dentro del noir contemporáneo; sí es puro género negro sin artificios psicológicos ni trampas manipuladoras de best-seller facilón.
¿Le daremos una oportunidad a esa “Irène” que, además, es un homenaje a varios de los libros fundacionales del género negro?
Es posible.
Pero no inmediatamente ahora.
Primero hay que olvidar los bajonazos que nos ha metido en “Vestido de novia”…
Jesús Lens