Mi artículo de ayer domingo, en IDEAL. Que ya está bien de tanto tecnofobia, tanto síndrome y tanta tontería…
No hay semana sin que nos desayunemos con las apocalípticas conclusiones a las que llegan diferentes y variopintos estudios publicados por universidades, observatorios y centros de investigación de todo el mundo.
Uno de los más recientes habla de la ansiedad que provoca el uso de Redes Sociales e, incluso, de lo estresante que es pegarse un maratón… de series. De series de televisión, no de las entrenar corriendo.
Existe una tendencia cada vez más generalizada a separar, dividir y fraccionar nuestra vida. Así, una cosa sería la vida real y otra muy diferente, la vida virtual. Tampoco es igual la vida laboral que la vida ocioso-vacacional ni la vida de diario que la del fin de semana. Y, por supuesto, el tránsito de unas a otras genera estrés, confusión, ansiedad, malestar, etcétera; con el ñoño e infantiloide “síndrome postvacacional” como cabeza de lanza de semejantes ¿patologías?
El caso es que a cada invento, avance o desarrollo tecnológico del hombre, no tarda en surgirle un estudio que advierte de sus peligros, efectos nocivos y contraindicaciones. Estudios que podrían hacernos pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor.
¿Generan ansiedad Facebook, Instagram y Twitter? Posiblemente. ¿Y los móviles? Sin duda. Pero también genera ansiedad el despertador, cuando suena a las 7 de la mañana y es noche cerrada. Aunque más ansiedad genera cuando no suena porque no tienes trabajo al que acudir ni jefe del que quejarte.
¿Y los coches? ¿No generan ansiedad los coches? Y el autobús, cuando tarda en llegar. O las citas, sean a ciegas o con gafas. Y es que quedar con la gente en vez de quedarte en casa, también tiene su aquel: que si qué me pongo, que si no veas el garito al que vamos a ir, que si a ver si vamos a gastarnos demasiado… ¿Y las vacaciones, malditas sean? Que anda que no hay divorcios después de las vacaciones.
Me aburre esa tecnófoba prédica constante que nos alerta sobre los males de Internet y todos sus derivados, como si antes de la irrupción de la Red y de los móviles no existieran la ansiedad, la prisa y el vértigo constantes en nuestras aceleradas vidas. No me creo que la famosa y manida desconexión -en el sentido pre-secesionista del término- sea ninguna panacea ni que Bill Gates, Steve Jobs y Mark Zuckerberg sean la encarnación del demonio.
La vida de cada persona es una e indivisible y transcurre a una velocidad de 24 horas al día. La clave está en elegir con tino a qué dedicarlas. Así, empiezo a pensar que, más peligrosa que la adicción a la Red, es la adicción a esos estudios según los cuales, desde el Paleolítico, no hemos hecho más que empeorar. Por eso, ganas me dan de limitarme a compartir las informaciones que hablen de los beneficios de beber cerveza y comer chocolate, tratando de no atragantarme entre maratón y maratón de “Borgen”, “Show me a Hero” o “Juego de tronos”, tumbado en mi sofá.
¡Un puro sufrir, oiga!
Jesús Lens