De callar. Que yo, de si debía caer o no, no tengo la más remota idea. Que yo, de fútbol, nada. Rien de rien. Y, sin embargo, como ya he escrito alguna otra vez en esa columna, es imposible sustraerse a su tiranía. De ahí que, sin quererlo y desde la distancia, haya estado siguiendo el Jémezgate.
Y permítanme que les diga que no entiendo nada. Reconozco que cuando el capital chino desembarcó en Granada, tuve una cierta sensación a “Bienvenido Mr. Marshall” de la que no escribí porque no quise pecar de malafollá. De repente, todo había cambiado. Y, por supuesto, para mejor. Todo eran sonrisas, apretones de manos, abrazos, grandilocuentes muestras de afecto, orgullo y satisfacción.
Que conste que hablo únicamente como espectador accidental, como escuchante de radio convencional y como lector de periódicos generalistas. Personalmente, en aquellos meses tuve la sensación de que el objetivo del Granada C.F. para esta temporada era, como mínimo, acabar en puestos de Europa League. Y llegar a semifinales de la Copa del Rey.
Surgió lo del positivo por cocaína de un jugador recién fichado, pero nada tenía que ver ni con el equipo ni con la ciudad. Y, sin embargo, a partir de mediados de agosto, todo pareció enrarecerse. Para mí que fue desde que Jémez apareció en la lista de posibles seleccionadores nacionales. Pero es una impresión.
El caso es que arrancó la temporada y, salvando un primer partido aceptable, todo parece haber sido un horror en el seno del Granada C.F., empezando por un entrenador que, no sé en base a qué extraña psicología, parecía satisfecho y orgulloso de cargar sobre sus hombros con todos los pecados del hombre, desde los tiempos de Adán.
En esto del deporte profesional, tan malo es quedarse corto como pasarse. Y vista desde fuera, la actitud de Jémez de erigirse en una especie de Punching Ball capaz de encajar todos los golpes, tenía algo de soberbia. Como ese pulso permanente a la directiva, a los jugadores y a los medios de comunicación, en plan “que yo puedo dejarlo cuando quiera(n)”.
No entiendo cómo, de estar soñando con un proyecto ilusionante -que diría Valdano-, en unas pocas semanas, el Granada C.F. parece estar viviendo la peor de las pesadillas, perdido el rumbo y sin nadie en el puesto de mando. Y Jémez, que ya calla.
Jesús Lens