Uno se percata de que no puede ser un periodista objetivo el día que un alcalde le regala una camiseta del Betis. También acepto dinero, pero ya que los ayuntamientos están caninos, una eslática de las trece barras es el cohecho más propio con el que me pueden manipular.
De mi etapa de prácticas recuerdo aquel día que mi redactora jefa se indignó sobremanera porque un empresario le hizo llegar un detalle inocente. Como ella siempre fue un colmillo que mordía por libre, con la irreverente habilidad para meterse en los charcos más inoportunos, va a conseguir posiblemente jubilarse en una redacción, un mérito poco aconsejable para el cuerpo y el bolsillo.
Aquel día, simplemente por evitarle al mensajero el viaje de vuelta, conseguí de rebote mi primera dádiva: un cepillo de dientes eléctrico.
Catorce años después, mi maleta de sobornos se compone -muy a mi pesar- de un cepillo de dientes y una camiseta del Betis.
Estaría dispuesto a quedarme con un bolso de una marca carísima que está dando vueltas porque lo rechazó su destinataria.
Que no está la cosa como para echarse al mar sin comprobar primero por dónde vienen las olas. Que si se hundió el Titanic cualquier crucero puede naufragar en el Mediterráneo.
Este Mare Nostrum que cada vez es menos nuestro.