La ministra de Fomento llevaba año y medio aplazando su visita a Granada. Lo que viene siendo un marrón. Ana Pastor tenía que venir a la capital y decirle al alcalde, en su cara y en su casa, que no aceptaría el mayor órdago -que se recuerde- en el que Torres Hurtado se ha metido en su trayectoria política. La única vez en la que ha ido a ganar a toda costa cuando hasta la mayoría de los suyos le deseaban la derrota.
Es obvio que una ministra de su propio partido no podía dejarle descaradamente en evidencia. Ana Pastor debía decirle que no y abrir margen suficiente a Torres Hurtado como para que pudiera interpretar que sí.
La ministra ha confirmado que la estación se quedará donde está y solo se moverá cuando las fuerzas políticas se pongan de acuerdo, que es lo mismo que decir a la gallega que no se trasladará nunca jamás.
Si hubiese querido dejar abierta, al menos, una posibilidad entre un millón, Ana Pastor podría haber dicho que la estación se mudará al Cerrillo de Maracena cuando Bale fiche por el Granada, cuando la Tarasca lleve abrigo o cuando no sea necesario recordar en ningún bar que te falta la tapa. Pero fiar el proyecto de la estación al consenso de las fuerzas vivas granadinas es lo mismo que darlo por muerto.
Y ahora, tras año y medio untando vaselina, es cuando me vuelvo a hacer la pregunta que alguno de los populares me hizo: ¿Por qué se metió Pepe en esto?
Unos dicen, y quiero pensar que así fue, por no traicionar la palabra que dio a los vecinos de La Chana. Otros, en cambio, sospechan que la operación tenía nombre y apellidos.
Y no son los de un político, precisamente.
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