Personalmente, no tengo ningún interés por formar parte de una mesa si no hay vino o dinero de por medio. En la del Parlamento andaluz desconozco que se sirva cualquier brebaje que no sea agua y ni siquiera los nuevos líderes de Podemos pueden transformar el líquido elemento en mosto; por mucho que Pablo Iglesias pretenda asaltar el cielo.
Sin embargo, los invitados a este tablero sí perciben una retribución extra a los 3.020 euros de sueldo base del resto de parlamentarios: 1.537 euros en el caso del presidente; 1.234 para cada una de las tres vicepresidencias; y 928 para los tres secretarios.
Supongo que la disputa que mantienen los cinco partidos por el reparto de las sillas no tiene nada que ver con el dinero; y probablemente tampoco con el vino. Aunque si descartamos estos argumentos solo nos quedarían dos: el interés por moderar el debate de los asuntos que atañen a los andaluces o el coche oficial.
Es de esperar que sea el primero de los motivos, aunque algunos aspectos de la negociación nos llevan más bien al segundo. Sobre todo, la posibilidad de ampliar la mesa a ocho comensales para saciar todos los estómagos.
Es evidente que el Parlamento andaluz tendrá en esta -todavía supuesta- legislatura más importancia e influencia que nunca. Y que el PSOE aún no se ha percatado del todo de que para gobernar no le bastará con dialogar, sino que tendrá que ceder.
Pero el comportamiento de otros se asemeja al de los malos equipos de fútbol que pierden el partido en el campo y pretenden recuperar los puntos en los despachos. En este caso, por la alineación indebida de dos jugadores que ni siquiera formaban parte de la convocatoria.
El tacticismo forma parte de la política. Pero si la política se reduce solo a la táctica, la mesa del Parlamento se convierte en una mesa camilla.