El sábado estuve de campaña en un mercadillo y comprobé que todavía se me van antes los ojos a las bragas que a la propaganda electoral, afortunadamente. Lo contrario sería una perversión inconfesable.
Reconozco el arrojo de los candidatos al exponerse al fracaso cuando se adentran en terreno tan hostil para pedir el voto. Pues mientras ellos ofrecen un ‘plan de sostenibilidad’ los vendedores ambulantes pregonan calcetines a un euro; que viene a ser lo mismo pero se entiende mejor.
Paco Puentedura me colocó un pin de Izquierda Unida y Teresa Jiménez una pulsera blanquiverde de Paco Cuenca. María Francés no me ofreció ningún souvenir y eso que estaba tan receptivo que estuve a punto de aceptar con agrado el ‘yo-yo’ del PSOE, que siempre me pareció un juego que entrañaba enorme dificultad para la satisfacción que aportaba.
De todas formas, me esforzaré por extraer una conclusión que se pueda trasladar a la campaña: supongo que aquel que no acude a un mercadillo a repartir propaganda es porque piensa que no le hace falta.
Pero el voto es ambulante.
Pie de foto: El candidato del PSOE a la izquierda, sin camisa de fuerza. Hasta donde se ve.