El fin de semana lo he pasado, las mañanas, en el congreso del Partido Popular de Andalucía y, las noches, en la discoteca Edén. Lo cual demuestra que en un mismo día se puede pisar -metafóricamente- el infierno y el paraíso. Sin identificar cuál es cada uno porque, como en casi todo en la vida, es cuestión de gustos.
He estado en cónclaves donde se han vivido disputas encarnizadas por cargos cuyo mayor cometido es llevar las fotocopias al líder del partido; congresos donde menos de dos eran un conciliábulo; madrugadas que nos cerraban los bares y aún andaban negociando la ejecutiva; incluso, donde alguno de los negociadores iba más bebido que yo. Y advierto de que cuando entro en modo feria no lo pongo nada fácil.
Pero este congreso de Juanma Moreno -en lo que respecta a sus mañanas- ha sido más bien sosete. Tengo la impresión de que el renovado presidente del pepé ha ido a un cónclave de ‘pretaporter’, con las intervenciones calculadas de los líderes nacionales, sin enfangarse en líos provinciales y sin exponerse en exceso mediáticamente. En la sala de prensa cortaban la señal interna del plenario cuando se producía una votación o una intervención fuera de guion y ha sido más fácil intercambiar impresiones con sus antecesores –Juan Ignacio Zoido y Javier Arenas– que con el propio Moreno. Y eso que el ministro de Interior ha tenido una agenda oficial paralela en Málaga.
Pero quizás un congreso de este tipo sea lo que más convenga a alguien que no quiere experimentos internos porque ya juega en clave electoral.
Lleva razón la presidenta de la Junta, este fin de semana en Málaga se ha hablado más de ella que de las cuitas del Partido Popular.
Aunque tampoco podría esperar Susana Díaz otra cosa.