Después de tantos años en esta ciudad, al menos, he merecido la condición de granadino converso. Ya he dicho en alguna ocasión que he conseguido mezclar -no sé si en sus justas dosis- la malafollá granaína con el malage sevillano; y eso, que en cualquier otra profesión te llevaría al fracaso, en el periodismo resulta incluso provechoso en función de las circunstancias.
Y como granadino converso asisto al inmovilismo de una tierra en exceso contemplativa, que disfruta más hundiendo su desesperación en el agravio comparativo que combatiendo las adversidades. Lo dice alguien que viene de Sevilla, esa ciudad que tiene estadio olímpico sin haber albergado unas olimpiadas.
El día que tengamos AVE, el granadino de pura cepa probablemente reste importancia a la llegada de la Alta Velocidad porque el billete será demasiado caro. O preferirá viajar en autocar antes que subirse a un tren que atraviese el estrecho túnel de San Francisco, convencido de que se restregará ambos hombros con las paredes. Por eso ni siquiera fue unánime la protesta del pasado domingo para llamar la atención por los tres años de corte del tráfico ferroviario.
El PP no respalda esta manifestación, igual que el PSOE se orilló en las marchas contra la fusión hospitalaria. Porque, a menudo, la disciplina política está reñida con la evidencia.
Y luego está el desprecio de las ausencias. Porque esta tierra -y si acaso- interesa únicamente cuando se acercan las elecciones y las encuestas pronostican el baile de algún diputado.
No es normal que dos semanas después de estrenar la primera gran exposición del Centro Lorca, ningún líder regional se haya acercado a visitarla, ni siquiera por hacerse la foto. Si hubiesen venido en Semana Santa, la mitad de los días la habrían encontrado cerrada. Pero es que tampoco vinieron en Semana Santa.
Si queréis podemos repasar los que han pasado por el Año Murillo. O hacemos apuestas por los que se dejarán caer por la feria de Sevilla.
Yo, por ejemplo.