Los huesos del parque García Lorca que se movieron en sacos

En las últimas semanas se ha intensificado la presión a la Junta de Andalucía para que auspicie la búsqueda de los restos de Federico García Lorca bajo una de las fuentes construidas en el parque de Alfacar, no muy distante del olivo donde la teoría imperante durante tantos años ubicó la fosa. Allí donde ya se excavó en 2009 y apenas apareció alguna lata oxidada.

Este interés repentino bien puede estar justificado por la necesidad de cerrar la historia, por el deseo lícito de personas ajenas al poeta de encontrar a familiares que también pudieron ser fusilados en aquel entorno y, tampoco hay que descartar, que se deba a las motivaciones de algún investigador que persiga mantener viva su tesis.

No rechazo de entrada ninguno de estos pretextos, pero es necesario ubicar estas informaciones antes de exponerse a un nuevo fracaso en la búsqueda de los huesos del artista de Fuente Vaqueros que, dicho sea de paso, nunca podrán contrastarse con el ADN de su familia, ni siquiera con la escena que durante tanto tiempo se dio por cierta: una fosa bajo el olivo compartida por los banderilleros anarquistas Galadí y Arcollas, el maestro republicano Dióscoro Galindo y el poeta granadino universal.

El día que se terminó de mover la tierra alrededor del olivo, la leyenda de la muerte de Lorca pasó a ser eterna.

Algunos parecen haber descubierto ahora la teoría de los huesos removidos durante las obras del parque en 1986. Incluso, se le atribuye autoría de mayor fuste por si así se compromete a quienes tengan que tomar la decisión de arrancar de nuevo la excavadora.

Por si acaso sirviera para valorar las expectativas en su justo término, contaré lo que conozco al respecto. Porque la noticia que ahora algunos parecen haber descubierto –y que otros citan con elegancia- la firmé junto a mi compañero Rafa López en el año 2008. Y, por cierto, fue desacreditada por parte de algunos de los que ahora la abrazan; simplemente porque todavía no se había destapado el olivo. Fue después, al no encontrar nada, cuando la posibilidad de que alguien moviera los huesos improvisadamente cuando hicieron la obra del parque se convirtió en la mejor alternativa –si no la única- para justificar todo lo escrito anteriormente.

No soy investigador de Lorca. Ni de su obra ni se las circunstancias de su asesinato. Nos limitamos a dar una información periodística con un testimonio relevante al que tuvimos acceso después de mucho tiempo de trabajo. Fue el vicepresidente segundo de Diputación en el momento en que se hicieron las obras del parque, Ernesto Molina, quien nos declaró que aparecieron huesos y se trasladaron.

Esas manifestaciones están publicadas, nunca fueron desmentidas y, además, las tengo grabadas. Pero nunca me quedó claro si su conocimiento había sido directo o referido por las cuadrillas de trabajadores.

Que los restos se desplazaron en sacos al lugar donde después se construyó una fuente, me lo dijeron varias personas supuestamente vinculadas a la historia. Pero nunca lo sostuvieron con una grabadora encendida para que fuera publicado.

El propio Ernesto Molina, en una comida posterior, cuando ya había trascendido la noticia, no quiso profundizar en el tema ni ofrecer más detalles.

Un 5 de enero, fui con Rafa López a los pueblos de donde provenían aquellas cuadrillas de albañiles. Lo recuerdo porque llovía y paseaba la cabalgata de Reyes. Llamamos puerta por puerta y entramos en varias casas. En los rostros de aquellos obreros aprecié miedo; temor por que aquellas revelaciones les fuesen a deparar problemas con la justicia. Al ser preguntados, alguno asentía, otros callaban y la mayoría daba a entender con pocas palabras que lo relatado era cierto. Pero ninguno quiso aparecer en nuevas informaciones.

Me olvidé del tema. Años después, creo recordar que en 2015, tuve acceso a otra fuente solvente relacionada con las obras del parque García Lorca de Alfacar. Un funcionario de Diputación que, probablemente, se haya jubilado hace poco. Me reuní con él y con una tercera persona y su reacción fue similar a la de aquellos obreros.

Si hoy me pidieran mi opinión, diría -por los pasos que he dado- que allí aparecieron restos –cosa nada descabellada- y que se movieron de sitio para no tener problemas. Pero no tengo ningún dato ni documento con los que acreditarlo.

Falta una persona más, otro diputado provincial de la época, que podría arrojar luz sobre lo sucedido. Cuando hicimos aquellas pesquisas en 2008 no quiso hablar. Ahora lo hace por los codos. También hay que tenerlo en cuenta.

En mi opinión, si se quiere tomar una decisión calibrada, habría que escuchar a las personas que he citado y que tuvieran la determinación de declarar formalmente lo que todavía reside en el terreno de la leyenda.

Aunque sea bastante ingenuo pretender que, treinta años después, alguien quiera cargar con la supuesta chapuza de haber metido unos huesos en sacos y volver a darle sepultura bajo cemento.

 

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