Uno acude a los congresos internos de los partidos con la voluntad de trabajar, lo que ocurre es que después la cosa se complica y el debate más profundo se produce entre quienes optan por la retirada y los que abogan por tomarse la penúltima. Habitualmente suelo alinearme entre los segundos por una cuestión de principios.
El pasado fin de semana estuve en Madrid por el cónclave popular. Pronosticaban que sería distinto a los anteriores y estaban en lo cierto. Entre otras cosas, porque a determinadas horas no había más alternativa para comer que una focaccia; que resultó ser pan con aceitunas negras.
La cosa solo se enmendó cuando, llevado por la euforia de la victoria de Pablo Casado, un camarero decidió que las cervezas iban a cuenta de una supuesta barra libre.
Cuando se percató del error, alguno -que no me quiero señalar- llevaba tres tercios a la salud de la nueva etapa en el Partido Popular. Más que un giro a la derecha se trató de un giro por derecho.
Moverte en estos escenarios te permite conocer las verdaderas conspiraciones. El reportero de un diario nacional se apostó en el hall del hotel de madrugada, precisamente, para relatar en directo las conspiraciones nocturnas y noctámbulas.
Y entonces dejó un tuit de la siguiente guisa:
Y claro, visto el momento y las personas que había, me doy por aludido. Y nunca toqué el piano.
Solo puedo ratificar que, efectivamente, en ese momento de la madrugada una pareja se esforzaba por conseguir una candidatura de unidad.