Confieso que yo soy aquel que estuvo en tensión hasta que acabó el himno; no fuera que, en un barrunto, Raphael se dejase llevar por el piano y empezara a cantar el rompompompón.
De la participación de Rafaé -dicho en andaluz predilecto- en los actos del 28F solo puedo decir que me gustó más el discurso. Su disertación estuvo a la altura del resto de proclamas institucionales y, encima, fue más corta.
Porque no fue solo el cantante de Linares -podía haber dicho tantas cosas de Linares- el que se limitó a un macheteo rápido en la suerte y dio al discurso vuelta y vuelta. Tampoco es que los mensajes del presidente de la Junta o la presidenta del Parlamento siguieran la estela de Azaña o Cánovas del Castillo.
Me cansan un poco las soflamas políticas -tan generalizadas- que, para levantar el ánimo del personal, se limitan a recordar los sacrificios asumidos durante el año de pandemia, el esfuerzo de los ciudadanos y las dificultades que atraviesan empresas y familias.
Cuando alguien se sube a una tribuna o se pone delante de una cámara tiene que hacer un esfuerzo intelectual para ofrecer algo a quien se dirige. Un mensaje que le haga reflexionar o un anuncio que alimente sus expectativas. Pero hay discursos tan planos con los que ni siquiera se puede estar en desacuerdo.
Los políticos deberían dejar de recordarnos lo duro que ha sido el pasado y empezar a contarnos cómo van a construir el futuro.
¿Arte o libertad de expresión? Hagamos el ejercicio de cambiar el sujeto. De esto y de los discursos institucionales hablaba hoy en @MAS_CanalSur https://t.co/a7vMHcKr9A pic.twitter.com/ofiiXQnmMG
— Quico Chirino (@quicochirino) March 1, 2021