Susana Díaz dice que dará un “paso al lado” pero, en política, es imposible sobrevivir ni de perfil ni en los laterales. O se está o no se está. Y, cuando Susana se metió a doble o nada en estas primarias, sabía que solo dependía de ella conservar la honra si la bajaban del barco.
Un 38% es apoyo suficiente como para que se rearme un sector crítico. Sin ir más lejos, en 2017 el sanchismo logró un respaldo similar en Andalucía frente a la propia Susana Díaz y hoy es la posición dominante. Pero en este caso se dan varios condicionantes. Susana no ha favorecido un liderazgo subsidiario que ahora pueda encabezar ese tercio largo del partido. Además, como ella misma utilizó pretendidamente a su favor durante la campaña, no tiene ni BOJA ni BOE. Por no tener, ni siquiera esta mañana tiene ya ese 38% que obtuvo anoche.
Gran parte de los que acompañaron a Susana en la derrota son los que han ganado a Susana. No sería acertado implicar a Juan Espadas entre los que perdieron la Junta de Andalucía. Pero sí que muchos de los que han arropado al ya candidato en esta campaña estuvieron -silentes y cómplices- en la última etapa de Díaz en el gobierno andaluz.
Por eso, precisamente, ambas candidaturas hicieron de la autocrítica el principal argumento para cimentar sobre los errores del pasado el proyecto de futuro. Sucede que la militancia no ha confiado en el arrepentimiento de Susana pero sí creyó sinceros a los que apostataron del susanismo.
Susana ha agotado su recorrido orgánico en el PSOE andaluz. No por el buen resultado de Espadas, sino porque el suyo ha estado muy lejos hasta de las expectativas que le atribuía el entorno de Pedro Sánchez. Y lo peor es que el respaldo ha sido especialmente bajo porque la participación de la militancia fue extraordinariamente alta.
Las bases, esas a las que Susana confío su resistencia, son las que le han apartado a ese punto justo donde no se pueden dar más pasos.