Hace tres semanas que Luis Salvador es un alcalde de cuerpo presente. En concreto, desde que el PP decidió pegarse un tiro en el pie de Luis Salvador. Luísal ni siquiera disimula ya una normalidad impostada y hasta ha perdido la pose de las fotos. Como esto se alargue, lo mismo hasta deja de mover las manos.
Su primera reacción fue intentar dar la vuelta a la situación por aburrimiento. Porque hay que reconocer que el todavía alcalde lleva razón en una cosa: poco cambió del 7 al 8 de junio como para que pretendan sacarlo de la alcaldía por componendas partidistas. En definitiva, por los mismos motivos por los que cogió el bastón de mando.
Salvador es experto en manejar los tiempos y confundir cuando lleva las de ganar; la diferencia es que, en esta ocasión, solo le queda perder. Pero se equivoca quien piense que, incluso en la situación más adversa, Luis no volverá a ser parte de la solución.
Que nadie intente explicar Granada por las claves de la macropolítica. Aquí no hay bloques, ni alianzas, ni vetos. Tampoco pactos antinatura. Da igual que Ciudadanos haya propuesto al PP una moción de censura a nivel nacional: Salvador hablará con el PSOE, y viceversa. Tampoco hay que tener muy en cuenta que Juan Marín (Cs) desacredite ahora a los socialistas y a su candidato procesado. Al fin y al cabo, fue el propio Marín -que no el mismo- quien en su momento mantuvo el apoyo a Cuenca porque consideraba que la investigación no pasaba de un asunto administrativo. La alcaldía de Granada se venderá al mejor postor; y el PP hace veinte días que no acude a la casa de apuestas.
Esto no va del interés general. Se trata del interés particular y sus particularidades.