Pedro Sánchez anda obsesionado últimamente con parecer un tipo normal y cercano. El primer paso para conseguirlo es ser consciente del momento en el que dejó de serlo. Si cuando se bajó del Peugeot 407 para subirse al Falcón o si acaso fue antes de montarse en el Peugeot. Alguien no puede ser uno más cuando quienes lo rodean pretenden convertirlo en alguien diferente.
Un presidente no tiene por qué resultar un tipo corriente, porque no lo es. Ni siquiera el encargado de adecentar las plantas de Moncloa es un jardinero corriente. Pretender proyectarse como un cualquiera es una humildad impostada o un paripé electoral.
Pedro Sánchez se ha reunido con un grupo representativo de ciudadanos que le mandan cartas. De entrada, quienes redactan cartas a estas alturas difícilmente son representativos de una sociedad que, si poco le gusta leer, menos aún escribir. Después, el azar quiso que de los escogidos entre los 250.000 escribanos no hubiese ningún empresario, un señor que fume puros, un periodista, un camionero cabreado, un agricultor asfixiado por la sequía o un pariente lejano de Feijóo.
Y no creo que haya sido un montaje, porque ni adrede puede resultar algo tan previsible.
El objetivo de cualquier dirigente no debe ser parecer normal y corriente. Sino resultar creíble.
Eso es lo que distingue al buen gobernante: hacer lo que dice y no decir lo que hace.