Que el PSOE no tenía contemplada la amnistía para este momento lo demuestra la corbata de Santos Cerdán en su encuentro con Puigdemont. Nadie se presenta a una cita premeditada con un lazo colgandero que supere con escaso decoro la entrepierna.
Debió ensayar Santos el nudo, la distancia entre los dos extremos de la tela, el ajuste necesario para que no le apretara en exceso la garganta. Pero te dicen una tarde que tienes que viajar a Bruselas y pillas la corbata que tienes a mano, el traje de las bodas que te deja más dobleces de las oportunas en el tiro del pantalón, los zapatos que te destrozan nada más calzarlos.
En cambio, Puigdemont posaba sonriente, con una tela sin arrugas, como si todos los días desde que se fugó hace seis años hubiese repetido la misma ceremonia cada mañana: atusarse el flequillo, colocarse el traje, trenzar con delicadeza la corbata y esperar que un enviado de Pedro Sánchez fuese a su encuentro a ofrecerle la amnistía. Al final, son los gestos los que te delatan.
En unas horas, las bases socialistas se pronunciarán sobre los acuerdos que forja su líder. Una pregunta abierta que es más bien un acto de fe. Ya puestos, habría sido mejor hacer una consulta para la corbata de Santos Cerdán.
Conozco a socialistas que han votado que sí -muchos- y algunos que me han confesado su rechazo. El PSOE se enfrenta a su mayor diatriba ideológica interna desde la entrada a la OTAN; y aquel cambio de opinión mereció un referéndum.
En los próximos días se empezará a tramitar en el Congreso una amnistía cuyos detalles aún no han sido concretados. El debate resultará bronco pero su aprobación será legítima. Tanto, como las protestas que se sucederán en las calles.
Pedro Sánchez puede salvar Cataluña o cargarse el PSOE. Cuando alguien opta por encarnar el papel de héroe, no conviene que subestime la historia. El futuro está por descubrir, pero el pasado está escrito.
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