El director de Proyección Social, Patrimonio y Mecenazgo de la UGR, Antonio Marín, acudió el 7 de septiembre a la Universidad de La Laguna y, allí, más socarrón que académico, para evidenciar su carga de trabajo soltó un chascarrillo: “Menos sangre menstrual de la rectora, me han pedido absolutamente de todo”, se refirió a la anterior responsable de la UGR, Pilar Aranda. Quizás Antonio se sorprendería de que el auditorio no captara la ironía y pensó que para malafollá los canarios.
Alguien con una intención aviesa ha filtrado el incidente porque, probablemente, se haya abierto el debate sobre su continuidad en el cargo o haya otro compañero que lo pretenda. Así se mueven las cosas desde el principio de los tiempos. Y Antonio Marín se ve expuesto a las críticas por un desliz soez, un patinazo machista al soltar un exabrupto que solo quiso pensar y no que se escuchara en voz alta. Cachis. Ahora que estaba todo resuelto, que el rector granadino se había disculpado con su homólogo de La Laguna, después de que el propio Antonio Marín se excusara con los aludidos, alguien filtra el incidente dos meses después y se publica en Granada la grosería. Ahora que la Universidad había extendido un disimulado velo de silencio sobre la conducta nada ejemplar de un puesto directivo que nunca puede actuar a título particular.
Y entonces surgen las dudas; porque los periodistas tenemos la mala costumbre de hacernos preguntas malintencionadas. Cosas de haber pasado por la Universidad -o por la cafetería más cercana-. ¿Cómo habría actuado la UGR si la impertinencia la hubiera pronunciado alguien ajeno a la institución? Pongamos que un político. ¿Habría resuelto el episodio con una excusa protocolaria de tapadillo o le habría dado publicidad como reprimenda ejemplarizante? ¿Habría solicitado al partido de turno una enmienda o, incluso, apertura de expediente?
Entre el linchamiento público y ponerse de perfil hay muchas maneras de encarar los conflictos de frente.
Deben reaccionar la UGR y su rector con mayor transparencia y celeridad ante esta metedura de pata. Sobre todo si quiere ser creíble en la defensa de los valores que, sin duda, representa. De lo contrario, alguien podría pensar que es libre y contundente cuando la conducta reprobable viene de fuera y tibia y contemplativa cuando anica dentro.