La política, que debería ser el instrumento afinado para resolver problemas, se convierte a menudo en la partitura orquestada para crearlos. Los incordios son mayores cuanto más elevada se supone la esfera pública. Mientras alcaldes de pueblo se encargan de los asuntos de sus vecinos, presidentes, ministros y diputados retuercen el sentido común hasta llevarlo al despropósito. Después lo aderezan con hipérboles y metáforas y suscitan una intranquilidad innecesaria en la gente que vivía tranquila.
Ahora llaman relato a lo que siempre fue politiqueo; brujulear con los asuntos públicos sin el ánimo de resolverlos. Entre la política y el politiqueo solo median los (malos) políticos.
Pero de un tiempo a esta parte todo es relato; apenas si hay debates profundos con repercusión pública. Y, cuando suceden, pronto derivan en un conflicto dialéctico polarizado.
En los últimos días lo estamos viendo con el asunto del decreto ómnibus y la subida de las pensiones. PSOE y PP se acusan mutuamente de tener a los pensionistas como rehenes o escudos humanos. Y es lógico que los jubilados piensen que, si han sido incapaces de cerrar un acuerdo -que es su trabajo-, porque no son sus señorías los que cobren menos en febrero en lugar de ellos.
El votante tiene que ser el que evalúe el grado de responsabilidad de cada uno y lo exprese cuando llegue el momento con su voto. Pero a los políticos lo que les corresponde es buscar la solución. Y de eso, se ha hablado poco.
Las alternativas son reducidas por la vía rápida. El Gobierno puede presentar el mismo decreto o varios troceados. Y la oposición, presentar una proposición de ley.
Pero es mucho más tentador intrigar por un puñado de votos.
Por cierto: ómnibus es un autobús grande.
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