Entrevistaba hace unos días a Eva Yerbabuena y, cuando quise preguntarle sobre la sociedad actual, me interrumpió antes de terminar y respondió enérgica: “Tenemos lo que nos merecemos. La gente protesta mucho pero, a la hora de la verdad, no hace nada para mejorar las necesidades que tiene”.
Esta reflexión bien podría aplicarse a lo que sucede en Granada y a la crisis en su Ayuntamiento. Hemos cumplido diez días con un gobierno municipal impostado que es la negación de la soberanía popular. Me da igual que sea por la irresponsabilidad de los que dimitieron -que dicen unos-; o por las excentricidades ególatras del alcalde -que argumentan otros-. Diez días en los que Luis Salvador pretende convencernos de que todo funciona con normalidad, que solo se requiere de dos personas para gobernar esta ciudad mientras se necesitan 25 concejales para ejercer la oposición.
Es como abrir un restaurante sin camareros, sin cocineros y hasta sin comida.
Pero, ¿qué han hecho los granadinos en estos diez días? Quejarse.
Si acaso, algunos protestaron tímidamente en un primer momento; pero la sociedad civil se ha instalado en el hastío y el lamento a la espera de que la clase política de la que reniega le termine por resolver el problema; como si los mismos que crearon este despropósito pudieran traer la solución.
Solo una asociación promovió una concentración en la plaza del Carmen, pero cometió el error de hacerlo tras unas siglas y una pancarta. Todas las banderas tienen algo de excluyente; incluso la enseña del sentido común.
En diez días, ningún manifiesto impulsado por prohombres e intelectuales que tanto abundan en esta tierra; un empresariado silente parapetado tras la esporádica llamada de atención de Gerardo Cuerva; las plataformas tan reivindicativas por cualquier cosa que se observan con recelo por ver cuál se lleva la foto; los gurús y estrategas escondidos en los grupos de Whatsapp; y los granadinos de toda la vida releyendo el artículo de Antonio Jara en IDEAL.
Es probable que Granada viva de espaldas a un Ayuntamiento que no le resuelve nada y al que solo se ha asomado últimamente para criticar el pegote del caballo. Que al granadino le dé igual tener un alcalde serio, un vendedor de crecepelos o ni siquiera tener alcalde.
La malafollá era eso. Queremos tener dirigentes cuanto más malos mejor para poder elogiar las virtudes del alcalde de Málaga.
Se ha visto en estos diez días. Granada tiene lo que se merece.
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