Las vacaciones están pensadas para que duren el tiempo que uno puede aguantar a su familia 24 horas al día. Me supieron a poco -por si acaso algún allegado leyera esta parida- y tuve que regresar al curro; pero lo hago por obligación, no porque nadie me echara de menos.
Aunque los psicólogos digan que la vuelta al trabajo provoca trastornos pasajeros, a mí lo que verdaderamente me disloca los horarios son las vacaciones, pues a menudo me cuesta distinguir entre la hora de la cerveza y la del cubata. Quienes somos más de chiringuito que de sombrilla no solemos asomarnos por la orilla, no vaya a ser que nos caiga encima un bloque de hormigón.
El verano nos tiene entretenidos con estas cosas, hasta que en septiembre llegue Susana Díaz con su nuevo gobierno y el PP decida que ha llegado el momento de hablar de candidatos.
El mes de agosto deja la foto de Arenas, Álvarez Cascos y Cospedal en el juzgado, aunque a simple vista podría parecer que estuvieran entrando en las Ventas. Mal vamos si entre vítores y abucheos convertimos la investigación de la financiación del partido que nos gobierna en un caso Pantoja.
Si resulta complicado entender cómo se administra la justicia en el cielo, mucho más difícil es comprender cómo funciona en la tierra.
Si el juez Ruz aplicara la vara de medir indicios de la jueza Alaya, probablemente alguno habría hecho ya el pasillo como imputado en lugar de declarar como testigo. La magistrada ha superado el centenar de sospechosos, por lo que más de uno anda buscando un blindaje en el Senado porque sospecha que tarde o temprano llegará su turno.
Que los políticos últimamente confíen tanto en la imparcialidad del Tribunal Supremo es para que los ciudadanos empecemos a desconfiar.
En definitiva, agosto no ha sido -informativamente- más que el mes que siguió a julio. Ya ni las serpientes de verano tienen veneno y aburren. Como dijo Estanislao Figueras a sus compañeros políticos: “Señores, estoy hasta los cojones de todos nosotros”.
Confundir la hora de la cerveza con la del cubata tiene otra explicación, la cerveza «esa» a la que eres aficionado.
Más que aficionado diría adicto