Los soldados trabajaron con empeño y, en poco tiempo, los alrededores de la Plaza de Toros se convirtieron en un improvisado campamento. Una ciudad de casas de lona, con alumbrado, sanitarios y cocinas comunes atendidas por Cáritas y el Auxilio Social, acogieron a más de cuatrocientas personas que se habían quedado sin casa por el derrumbamiento de sus cuevas debido a las lluvias torrenciales que habían caído sobre Granada a mediados del mes de octubre de 1962. El número de damnificados aumentaba y hubo que construir otro albergue provisional en la Hípica, en el barrio del Zaidín, este último con treinta tiendas de campaña. No hubo que lamentar daños personales, pero la mayoría de las viviendas de la zona del Barranco del Abogado, Camino Bajo del Cementerio y los alrededores de la Alhambra quedaron prácticamente inhabitables. Las brigadas de limpieza trabajaron sin cesar para retirar de las calles el barro acumulado por la tormenta que había cortado la circulación en el Paseo de la Bomba, Salón, Gran Vía y Triunfo. El alcalde Manuel Sola se comprometió entonces a solucionar el problema de las cuevas, que con cada temporal dejaban varias víctimas mortales. En febrero del año siguiente, unas terribles inundaciones se llevaron la vida de varias personas, miles se quedaron sin hogar y se tuvieron que desalojar y demoler más de 7.000 cuevas. En la casería de la Virgencica se construyeron las primeras viviendas prefabricadas para acoger a los damnificados de las tormentas. Más tarde surgiría el Polígono de Cartuja.
Las inundaciones del 62
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