El 9 de mayo de 1983, un grupo de niños que daba catequesis en la iglesia de Santa María de Puebla de Don Fadrique asustaron con sus llantos a varios transeúntes que pasaban por allí. Los pequeños aseguraron que habían visto moverse a la figura de Jesús Nazareno que se veneraba en esta parroquia. Todo habría quedado en un juego de niños si no es porque los adultos que les atendieron confirmaron que la imagen abría y cerraba los ojos y sus manos, antes unidas, se habían separado ligeramente. Andrés Cárdenas fue el enviado especial de IDEAL al epicentro del milagro. En su crónica, publicada en este diario el 12 de mayo, cuenta que Pedro Molina Cano, el párroco de la localidad, incrédulo ante el hecho, pidió a los allí reunidos que miraran fijamente a la imagen y que gritaran “ahora” cuando la vieran moverse. Al parecer, alrededor de unas doce personas, después de unos minutos atentos, gritaron al unísono ese “ahora”.
Sin embargo, otros vecinos no llegaban a creérselo y aseguraron que la tenue luz del templo impedía ver nada. Podría tratarse de un efecto óptico provocado por la sombra de las velas que acompañaban a la imagen, o de las linternas de los que buscaban una explicación examinado detenidamente al nazareno.
Un año después de que supuestamente una Virgen llorara sangre en la basílica de San Juan de Dios, la atención de centró en este tranquilo municipio del norte de Granada y el presunto milagro atrajo a curiosos del pueblo y de los alrededores que durante varios meses le rezaron al nazareno y le dejaron reliquias. Incluso un equipo del programa ‘La Tarde’ de Televisión Española se acercó a la Puebla. Por cierto, un corte de luz que duró exactamente el tiempo del espacio, impidió a los vecinos ver el reportaje y el Ayuntamiento presentó una queja a la Sevillana por el caso. Poco a poco el “milagro” se fue olvidando. En la actualidad la imagen sigue en la iglesia de Santa María y la cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno la saca en procesión cada Semana Santa. Poco ha cambiado, ni siquiera los cortes de luz que, como denuncian los poblenses, ahí continúan treinta años después.