Era un recinto casi oculto, pero estaba en el corazón de la ciudad. El castizo Rastro granadino, que en sus tiempos estaba junto al descubierto río Darro, tenía un patio interior parecido al de una corrala. Una balaustrada jalonaba la fachada del piso alto, ocupado por viviendas, donde antaño las vecinas tendían la ropa mientras canturreaban. En la parte baja, aún podía sentirse el martillear de los forjadores en sus fraguas artesanas. Pero lo que un día fue orgullo de sus ocupantes, había llegado a ser un montón de ruinas y un borrón negro en la fisonomía de una ciudad que quería rejuvenecerse a golpe de piqueta. Además, el derribo de aquellas casuchas solucionaría la ordenación de la Acera del Darro, una de las vías más importantes de acceso a Puerta Real. «La inexorable ley de vida, por una parte y las necesidades viarias de nuestra rejuvenecida urbe por otra, han venido a dar al traste con la caduca y cochambrosa existencia del castizo Rastro granadino, señor un día de la Carrera de la Virgen, con su abigarrado colorido y sones de vecinas». Por otro lado, el vetusto inmueble era un «estorbo para las riadas de vehículos que Granada atesora ya», comentaba la crónica publicada en este diario.
Se iba a urbanizar y pavimentar «la que ha de ser hermosa y tan céntrica vía que el feo nombre de Acera del Darro lleva y la presencia de esta anciana edificación había de ser eliminada, porque, otra razón más y desde el punto de vista municipal más poderosa, estaba fuera de línea», continúa la crónica publicada en este diario el 19 de octubre de 1968.
Aquel recinto, que había sido parada de ‘La Motrileña’ y había acogido un ‘circo gallista’, estaba todavía ocupado cuando se proyectó su demolición en octubre de 1968. Entre sus inquilinos había un taller de soldadura, la oficina de la línea de viajeros Granada-Dílar y un tapicero que antes había trabajado en las diligencias y que nació en el Rastro.
Adiós al viejo «Rastro»
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