Lamentaba un cronista de IDEAL en los años 50 que poco quedaba ya de la castiza fiesta de San Antón. Se mantenía la costumbre de almorzar las habas con los menudos del cerdo, pero había desaparecido la tradición de las ‘nueve vueltas’ (en otros lugares son siete) alrededor de la ermita (que se encontraba por la Avenida de Cervantes) para contemplar, comparar y, si se podía, comprar, los mejores caballos y mulas, barrocamente enjaezadas y, una vez celebrado el rito, desperdigarse por los olivares cercanos donde las mozas, que no solían estar libres de carabina, aguardaban para ofrecer una demostración de sus habilidades culinarias. Antaño, la gente solía salir a comer al campo, a los ventorrillos de ‘La Pulga’ o de la Bola de Oro para pasar el día tratando de digerir tan suculento banquete. De la Torre Lacum, contó en IDEAL que era día de merienda al camino de Quinta Alegre en carretas con guitarras dirección al camino de Huétor.
En Granada la tradición se ha convertido en un guiso, pero la devoción por el Santo continúa en otros lugares. En 1995, los vecinos de Monachil sacaron al santo en procesión hasta el paraje de la Era del Portachuelo para pedir una nevada. El Santo no tuvo la culpa, pero no nevó y los Mundiales de esquí se aplazaron hasta el año siguiente.