– ¿Café y afeitado, señor? Preguntaba el dependiente de un céntrico café de Granada. Ante la respuesta del cliente, el barman gritó:
–¡Uno solo y un repaso!
Luego, sirvió una taza humeante de moka al mismo tiempo que le entregaba al cliente un ticket: «Vale por un rasurado desde las ocho de la mañana a las tres de la tarde. Día…»
Después de tomar el café, el parroquiano preguntó al empleado por el salón de afeitado.
– Está allí al fondo, le dijo.
Al final del antiguo café, ante un enorme espejo que ocupa toda la pared, se afeitan con maquinilla eléctrica cuatro clientes. No había necesidad de esperar mucho. Un muchacho limpiaba la máquina tras su uso lista para el próximo cliente. El sonido de la cafetera se ocultaba tras el murmullo de los rodillos que iba dejando sin barba a los parroquianos.
El periodista preguntó al barman sobre el invento.
–Fue idea del jefe, contestó. El negocio estaba difícil con la crisis. Ahora se vende más café. Los rasurados han duplicado las ventas.
El periodista salió del café eufórico. En diez minutos había desayunado, se había afeitado y había traído a la redacción una noticia original y divertida. Todo por 2,20 pesetas. Fue una mañana del mes de marzo de 1955.