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El último tramo del embovedado del Darro

 

Acera del Darro a principios de 1936. Torres Molina/Archivo de IDEAL
Acera del Darro a principios de 1936. Torres Molina/Archivo de IDEAL

En el mes de octubre del año 1933, el Ayuntamiento estudiaba el proyecto más adecuado para finalizar la obra del Embovedado en el último tramo que quedaba al descubierto, el comprendido entre el Puente de Castañeda y el río Genil. Mucho se escribió sobre la conveniencia o no de la construcción de la cubierta del Darro. Las opiniones a favor y en contra, salpicaban las páginas de los periódicos desde aquel lejano 1854, cuando comenzaron las obras de la cubierta del río. En otoño del 33, una vez que el Ayuntamiento dio luz verde a la última fase de la obra, IDEAL publicó un artículo que hoy, 80 años después, llama la atención de cualquier curioso del tema: lo firmaba E. Mendoza y recordaba las discusiones que se vivieron en la ciudad con motivo de las obras del Embovedado. Se detenía en las opiniones contrarias a la cubierta que ya se comentaban en los años 80 del siglo XIX, cuando se trabajaba en el tramo entre el Puente del Carbón y la Plaza Nueva. La crítica más importante hacía referencia a que el Ayuntamiento debía de tener en cuenta que la calle Méndez Núñez (así se llamaba al tramo desde Plaza Nueva a la del Carmen) se convertiría algún día en una arteria con mucho tráfico, «y que ningún embovedado, por resistente que fuera, aguantaría años y lustros, la trepidación constante a que había de sometérsele […] Al sentir sobre el adoquinado el ruido trepidar de los tranvías, autobuses, motobombas, camiones, carros de carga y demás vehículos que, durante las horas del día y de la noche, desmoronan poco a poco y grano a grano, por el interior de la obra, la trabazón del ladrillo». Por otro lado, no había que olvidar la terrible avenida ocurrida en mayo de 1886, que arrancó más de veinte metros de bóveda y que, de milagro, no ocasionó víctimas, aunque sí importantes daños: «el peligro de la repetición de ese trágico suceso –continuaba Mendoza– puede asegurarse que no se ha tenido en consideración. Más tarde o más temprano se repetirá» (palabras proféticas, recuerden que casi veinte años después el Darro reventó en Puerta Real).
Ya lo decía la canción:

Ha prometido el río Dauro
el reunirse con el Genil
y llevarle de regalo
Plaza Nueva y Zacatín

 

Trabajos de cubrimiento del río Darro en el año 1936. Torres Molina/Archivo de IDEAL
Trabajos de cubrimiento del río Darro en el año 1936. Torres Molina/Archivo de IDEAL

Eso sí, a favor de la obra estaba la acuciante necesidad de cubrir aquel foco insalubre en el que se había convertido el cauce del río. También se habló de desviar su caudal, pero es otra historia… Casi treinta años duró la primera fase de la construcción de la bóveda. En 1884 llegaba hasta el Puente de Castañeda. El primer tramo cubierto fue el comprendido entre la Plaza del Carmen y Puerta Real. Más tarde, se erigió el trecho entre Plaza Nueva y Sierpe Alta y finalmente hasta la plaza del Carmen. Pero Granada quedó con su mejor plaza mal rematada, la calle Reyes Católicos sin su firmeza y los vecinos expuestos a enfermedades por las emanaciones pestilentes del río que quedaban sin cubrir. El embovedado entre Puerta Real y el Puente de Castañeda se realizó en 1866 y finalmente entre julio del 36 y el 38, el tramo de la Acera del Darro hasta el Humilladero, que se inauguró una vez terminada la guerra.

La nieve cubre las obras de remodelación del entorno de Puerta Real en enero de 1941. Torres Molina/Archivo de IDEAL
La nieve cubre las obras de remodelación del entorno de Puerta Real en enero de 1941. Torres Molina/Archivo de IDEAL

Buscadores de oro

Su fotografía, en la contraportada de IDEAL, me recuerda a un personaje de un cuento de Jack London. Enrique González era un motrileño que llevaba más de treinta años subiendo a la ciudad para probar suerte en la cuenca del Darro o del Genil. Hacía tiempo que había enseñando el oficio a sus hijos, que esa primavera del año 50 trabajaban a su lado. Viejo y cansado, con la piel oscura de tantos soles, lavaba la arena del río con una vieja sartén en el recodo de San Pedro, su lugar favorito, donde el agua hace un remanso, y las arenas son más ricas en partículas doradas. Todavía tenía la ilusión de que un golpe de suerte le liberara de su modesta posición social. Desde Plaza Nueva hasta Jesús del Valle hay oro procedente de la colina del Generalífe, y no era extraño encontrar en la batea, si no el mineral, sí trozos de monedas y objetos de adorno musulmanes erosionados por la acción de las aguas y el tiempo. Hoy ganará unas 20 o 30 pesetas, jornal modesto para el duro día de trabajo. El gramo se pagaba a 52,50 pesetas y no era raro extraer dos gramos y medio o tres cada seis días. Mark Twain no contó su historia, pero cuando ya el oficio en la ciudad ha desaparecido, la silueta del buscador de oro junto al Paseo de los Tristes se me antojo irresistiblemente romántica.

[* Buscadores de oro en el río Darro. Torres Molina/Archivo de IDEAL 22 de julio de 1948]

Casi cuarenta años después, en el verano de 1987, un grupo de cinco personas se afanaban en la búsqueda de oro en las aguas del río Genil, en las cercanías de la Fuente de la Bicha. Empleaban doce horas diarias en lavar la arena aurífera. Utilizaban como herramientas una sartén, para sacar la tierra y una tabla escalonada, que la filtraba y dejaba adheridas en su superficie las partículas de oro. Y todo por un jornal de entre dos y tres mil pesetas, que conseguían de la venta de pequeños frascos cargados de partículas de oro puro en los establecimientos de compra-venta de metales preciosos. Con ese dinero subsistían varias familias que, ante la falta de trabajo, optaron por este método para ganarse la vida, como ya lo hicieron sus antepasados en las aguas del Darro aunque, tal y como contaba uno de los buscadores de oro ,“allí no nos atrevemos a ir por miedo a que nos atraquen”. Ya quedaban pocos, pero en años anteriores, durante los meses de estío, se vivió una auténtica “fiebre del oro”. Sin embargo el trabajo era tan duro, que no muchos aguantaban más de una jornada. Tampoco la Policía lo ponía fácil, pues las ordenanzas municipales prohibían esa actividad. Así, junto a un asentamiento de gitanos nómadas acampados en la ribera del río, los nuevos buscadores de oro del siglo XX arañaban el caudal hasta la llegada de las lluvias.

[* Eduardo Martos, ‘El Fontanero’ busca oro en el cauce del río Genil a la altura de la Fuente de la Bicha González Molero/Archivo de IDEAL 23 de agosto de 1987]

Las ‘Pasaeras’ del Darro

A finales del mes de junio el barrio de San Pedro, en el bajo Albaicín, celebraba sus fiestas patronales. Una de las diversiones más esperadas de la fiesta era la celebración de las ‘Pasaeras’ o Pasaderas del Darro. El juego consistía en cruzar el cauce del río «sobre unas tablas o sobre unas piedras jabalunas debidamente untadas con jabón o sebo», hasta hacerlas muy resbaladizas, cuenta César Girón en su libro «Miscelánea de Granada». Aunque la participación estaba abierta a todos los vecinos del barrio, en realidad en su última etapa se recuerda ver a las mujeres, algunas empleadas en el cercano Rey Chico,  intentar cruzar el río ante la mirada del público masculino que celebraba entre risas las caídas al agua de las chicas cuyos encantos se marcaban bajo la ropa mojada.

Aquí les dejo algunas de las fotografías del archivo de IDEAL de la curiosa tradición, pero, si lo desean, hemos preparado un vídeo contando la historia de las Pasaeras del Darro en el que hemos contado con la participación de César Girón, ¡muchas gracias César!