Hoy es el día de todos los fieles difuntos. La Iglesia hace esa curiosa distinción entre el día de todos los santos, que fue ayer, y el de los difuntos. En realidad todos están más ‘pallá’ que ‘pacá’, pero no comparten día en el santoral zaragozano, que es el que aquí marca los tiempos y, al parecer, la jerarquía.
El de todos los Santos es fiesta a lo grande de las que llenan terrazas de playa y albergues de montaña si se tiene la suerte de disfrutar del puente. El de hoy es como un día de los que solo rellenan el mes y los almanaques, fugaz y tristón y, si acaso, día de flores en cementerios si todavía no ha habido oportunidad mientras las tiendas, los bares y hasta los bancos abren sus puertas y en las calles se agolpan prisas y en las rotondas los atascos en horas punta. En realidad, si lo pronuncias dos o tres veces seguidas y te paras un segundo a pensarlo, ‘el de los fieles difuntos’ suena a la etiqueta que llevan cosidas muchas vidas, la mayoría, que cada mañana salen a la calle con la idea de sobrevivir mientras buscan un trabajo que no llega y se las ingenian para hacer frente a hipotecas imposibles y el reguero de recibos y facturas en las que solo reparas cuando te das cuenta de que no puedes pagarlas. Así que ya lo voy entendiendo. Hoy es realmente el día de todo el mundo, el de los que dejaron a tiempo el calvario, y el de los que viven todavía en él. Difuntos, o casi, al fin y al cabo.
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