Las personas y la política

Repito con frecuencia la frase pronunciada por el ejemplar periodista y escritor polaco Ryszard Kapuscinski: «Para ser buen periodista hay que ser buena persona». Siempre añado que la sentencia es válida también para ser buen albañil, médico, carpintero, agricultor, abogado, policía… Pero si encima uno se dedica a la política, entonces hay que ser ejemplar, porque su comportamiento sirve de modelo o referencia para la ciudadanía.

Ahora las dudas o simples sospechas pasan factura ante una sociedad que se muestra asqueada de todo lo que huele a fraude, corrupción, enriquecimiento fácil, tráfico de influencias, prebendas o puertas giratorias. La vida privada de un cargo público -que ejerce de forma voluntaria– es imposible que se blinde o encapsule cuando uno comete actos impropios, sobre todo si además intenta que no salgan a la luz pública.

Este pasado jueves pasará a la peor historia de España por una imagen impactante, la detención de Rodrigo Rato. Desde el Gobierno y Génova quisieron marcarse un tanto al señalar que la ley es igual para todos y que se ha actuado con independencia de quien sea el defraudador. Pretendieron en principio marcar distancias sobre lo que es una actividad particular, aunque ayer Rajoy admitió que Rato ha sido uno de los activos más importantes de su partido. Es un icono del PP, sin duda, tras haber pasado por la vicepresidencia económica del gobierno de Aznar, ser director del Fondo Monetario Internacional (FMI), con rango equiparable al de jefe de Estado, y luego presidente de Cajamadrid, etapa que también se le investiga por la salida a bolsa y la utilización de las tarjetas negras, escándalo por el que abandonó su militancia en el Partido Popular.

Quizá haya sobrado escenografía pero falta todavía mucha luz sobre el caso, por lo que no se le puede restar el derecho a la presunción de inocencia, aunque la condena pública ya esté expresada y causados los daños al PP. Se quiera o no, guste más o menos, Rato es historia viva de este partido.

Las personas son un aspecto fundamental en la vida de las organizaciones, ya sean políticas, empresariales o de cualquier ámbito. Cada uno es amo de sus actos, pero también debe saber dónde está y a quién compromete. En los partidos deben crearse mecanismos de control y transparencia para impedir o detectar comportamientos personales que no sean capaces de asumir un código ético ejemplar ante la sociedad. Lo peor es conocer hechos censurables y aceptarlos.

Otro acontecimiento ocurrido esta semana fue el lamentable espectáculo de la constitución del Parlamento de Andalucía. Ni el PSOE ni el PP fueron capaces de llegar a un acuerdo sobre la composición de la Mesa. No parece que la cultura del diálogo y el pacto esté muy arraigada en ambas formaciones, pero me temo que tienen más puntos de encuentro que de lejanía para regenerar este país. En política, como en la vida, hay que saber ganar y perder, pero este jueves en Sevilla los dos perdieron. Mal vamos. ¿No les parece?