El pasado domingo tuvimos nuevo secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba. El congreso que entonces culminó en Sevilla supuso el relevo de Rodríguez Zapatero, cerró una etapa y abre otra, aunque el nuevo mandatario socialista se retrotrae a una etapa mucho más antigua, como fue el felipismo. Se trata, al menos generacionalmente, de una aparente vuelta al pasado. Según él, de «cambiar el PSOE para seguir siendo el PSOE». Por tanto, el futuro del PSOE a partir de ahora se llama Pérez Rubalcaba, un hombre que fue ministro y portavoz del Gobierno con González y también ministro y hasta vicepresidente con Zapatero.
Los delegados socialistas optaron por su garantía y experiencia, a pesar de que Rubalcaba haya sido el candidato que sufrió un gran batacazo en las últimas elecciones generales. Su opción ha vencido frente a ciertos aires de cambio con una mujer más joven, catalana e igualmente ministra de Zapatero, muy identificada con su política, pero quizá un tanto inconsistente en su discurso. La primera reválida para este nuevo equipo y todos los socialistas es la convocatoria a las urnas en Andalucía, el próximo 25 de marzo. Sin duda, será un punto de gran inflexión, ya que el PSOE se juega el mantenimiento de una gran autonomía.
A pesar de que Griñán mantuvo su compromiso de neutralidad activa, gran parte de su aparato apostó por Chacón. Los más críticos con el actual presidente de la Junta han apoyado a Rubalcaba, entre ellos la práctica totalidad de los representantes de Jaén, con Gaspar Zarrías a la cabeza; Almería, con Martín Soler, y una severa división en Granada. El resultado deja en una posición muy delicada a muchos de los dirigentes socialistas andaluces, inmersos ya en la elaboración de las listas al parlamento autonómico, en las que muy posiblemente se produzcan fricciones. La labor de cicatrización tras la celebración de estas cumbres fratricidas resulta complicada y muy lenta, a pesar de las muchas llamadas a la unidad. Rubalcaba afirmó en su discurso para convencer a los delegados que no era partidario de los personalismos. Dijo que no habrá rubalcabismo y que él no es sectario ni con los sectarios. Toda una declaración de intenciones para leer en clave interna y orgánica del partido. Pero al mismo tiempo se convierte Rubalcaba en la figura referente de la oposición, en unos momentos singulares por la situación de crisis económica y las altas tasas de desempleo que sufre España. Ayer fue extremadamente duro en sus descalificaciones al PP, al mismo tiempo que elogió la etapa de oposición útil e inteligente que desarrolló Zapatero en su época. Tendrá que fajarse en ello, en momentos abonados a las movilizaciones y protestas sociales. Tranquiliza su apelación a que recibía como gran legado, el mejor, la lealtad a España.