Hoy es el gran día, la fiesta de la democracia. Los ciudadanos tienen el derecho de manifestar su preferencia política, ideológica o partidista, como prefiera cada uno, mediante su elección y voto. Puede que no sea el mejor sistema, sino el menos malo. También acepto que haya mucho que aprender, que nos falte todavía cultura y experiencia democrática, pero rechazo que se socaven los principios sobre los que convivimos pacíficamente, a pesar de los errores o desaciertos que en ocasiones protagonizan quienes nos gobiernan.
Los partidos son instrumento fundamental para la participación política y es verdad que tienen que esforzarse en mejorar su imagen, dejar que la ciudadanía y los medios de comunicación ejerzan el control de su gestión. Eso, sin duda, beneficia y enriquece nuestra democracia. Por tanto, bienvenido ese proyecto de Ley de Transparencia anunciado este viernes. ¿Cuántos casos de corrupción hubiéramos evitado de haber sabido los corruptos que sobre ellos se ejercía vigilancia?
Llegamos a este 25 de marzo algo cansados. La campaña no se ha caracterizado, precisamente, por tener chispa. Ha sido incapaz de generar algo que creo imprescindible, ilusión. Es verdad que el momento, la cruda realidad, impide que los mensajes triunfalistas o las promesas se abran paso. La crisis económica y la pavorosa consecuencia que tiene en la destrucción de empleo hacen que la ciudadanía no haya estado tan receptiva como en convocatorias anteriores.
Además, nos hemos encontrado con un elemento también singular, el gran rebufo de la política nacional, a pesar de ser unos comicios exclusivamente andaluces. Un gobierno entrante que ha iniciado ya necesarias reformas, alguna de gran calado, como la laboral, que ha provocado una huelga general para este jueves, cuando apenas el PP lleva cien días en el poder. Y eso que ha preferido no abrir la caja de los truenos con los Presupuestos Generales, cuyo objetivo es cumplir los objetivos de déficit a los que España se ha comprometido ante Europa.
Y enfrente, una oposición incipiente, a la que todavía le falta consolidarse después de la severa derrota del 20N, pero bastante incapacitada para respaldar a un gobierno autonómico que lleva sobre sus espaldas más de tres décadas en el poder y castigado por casos de corrupción. Arenas se ha puesto de perfil, a esperar, aprovechar el viento a favor y contener los mensajes de victoria para no desmovilizar a su electorado. Griñán, por su parte, ha apostado por la seguridad frente al cambio. Lo que es seguro es que el perdedor tendrá pocas posibilidades de futuro en este ámbito andaluz. Para el ganador será la gloria y la responsabilidad de conducir los destinos de esta comunicad autónoma los próximos cuatro años. Deberá gobernar para todos, los que le han votado y quienes no, con dificultades y adversidades sin precedentes. Sería necesario, fuera uno u otro, que trabajara y recibiera el consenso necesario, imprescindible en estos tiempos y con una situación tan crítica.
“Andaluces levantaos»
Permítame decirle, señor Peralta, que estimo y suscribo su aprecio por la democracia, bienaventurados aquellos que la defienden porque probablemente han vivido sin ella. Nos regimos por un sistema de bienestar que mejora cada año y auspiciado por regímenes electorales que permiten alternancias y auditorías constantes de las cuentas. Celebro vivir en democracia y brindo con orgullo cada vez que deposito un voto en una urna, de forma limpia y transparente y con la certeza de que será contabilizado y servirá para que un representante sea elegido.
De pequeño ocurrió una vez que entre tres amigos decidimos comprar una botella de refresco, yo quería cola y mi amigo limonada. Al tercero decía no importarle, le gustaba la de naranja, pero finalmente se decantó por la limonada. Odié a mi amigo durante toda aquella tarde, pero lo cierto es que se tomó una decisión democrática. Así de sencillo es aceptar un resultado democrático en cualquier otra escala o ámbito, si la mayoría prefiere una opción, los demás acatan la decisión. En Andalucía hemos celebrado, sí, celebrar es el término que utilizamos para unas elecciones, hemos celebrado unas elecciones y de esas elecciones han salido unos resultados y los resultados son justos y representan a la mayoría de los andaluces. En otra crónica quedaría aquello de los pactos políticos y de las negociaciones por las que los partidos que más votos obtienen no gobiernan. Como decía mi padre, eso es harina de otro costal.
Pero lo cierto es que a la sombra de campañas en las que se ninguneaba a los políticos con acampadas y eslóganes, cuando la corrupción zarandea a regidores de todo el país manchando incluso algún hilacho suelto de la casa real, cuando casi la mitad de la población no tiene empleo, ocurre que somos los ciudadanos los que tenemos que hablar, hablar en las urnas. Estoy seguro que si algún ingenioso hubiese colocado papeletas en las cabinas electorales en las que se leyese, «Sáquennos de esta situación», probablemente más de uno hubiese optado por cogerla en lugar de un partido u otro.
El andaluz, como el español, como el europeo como cualquier terrestre, no sabe muy bien por qué se ha producido la crisis, no sabe muy bien quién tiene la culpa y por supuesto no tiene ni idea de cómo salir de ella, sólo puede elegir una papeleta en la que entre los nombres de los candidatos se puede leer entre líneas, “Socorro”. Ahora toca remar y como en tiempos de guerra cuando se pactaba un día de tregua para recoger los cuerpos de los caídos y poder enterrarlos, así debemos actuar ahora. No convirtamos las riñas entre partidos en una guerra civil que no lleva más que a zancadillas y tropiezos. Si todos lucháis por Andalucía, por qué estáis encontrados.
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Desde la admiración,
Gerardo C.