Lo hemos oído en infinidad de ocasiones, que para salir de la crisis hace falta credibilidad y confianza. Sabemos lo que hay que hacer y lo haremos. Lo hacemos, pero no funciona. La famosa prima de riesgo supera los 500 puntos básicos. El Gobierno, a través de su vicepresidenta, nos dice este viernes que se ha llegado a un «histórico» consenso, algo que debería ser una realidad y no un deseo. Afortunadamente, ha habido acuerdo sobre los recortes autonómicos, aunque con algún episodio lamentable, precisamente con Andalucía como protagonista, entre el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, y la consejera Carmen Martínez Aguayo. Al final parece que los dos cedieron y salvaron la cara. Pero resulta que al día siguiente, y tras el triunfalismo de Soraya Sáenz de Santamaría, nos encontramos con que dos autonomías, Madrid y Valencia, hacen crecer el déficit de 2011 en cuatro décimas, que dos semanas antes habíamos presentado ante Europa.
Estamos ya en el trance y hasta humillación de someter a nuestro sistema financiero a una auditoría foránea y se supone que independiente, porque de nosotros no se fían, después de realizar la cuarta reforma, dos del anterior gobierno socialista y otro par por parte del actual del PP, a pesar de su reciente llegada al poder. No quiero ni pensar qué pasara si se descubre algún cocodrilo bajo los balances, porque apañados iríamos nuevamente con eso de la confianza y credibilidad, sobre todo tras haber presumido de que nuestras entidades gozaban de la mejor salud del mundo.
Pero la pregunta es muy sencilla: ¿Quién tiene la culpa? La respuesta, también: El que gobierna es el que debe asumir la responsabilidad, por acción u omisión, y quien tiene que actuar y tomar decisiones. Por todo ello, gran parte de la ciudadanía culpa de nuestros males y de la ineficiencia, por la incapacidad de salir del pozo en el que nos encontramos, a la clase política. No es justo juzgar a una parte por el todo. Pero aquí está una sociedad y una ciudadanía en juego, con unas cifras de paro desbocadas y una situación para muchos insostenible.
Nuestros representantes, servidores públicos, tendrían que ser conscientes de esta situación y pensar que estamos ante una cuestión de Estado ante la que hay que ponerse de acuerdo en ofrecer una postura común, de consenso y acuerdo, si lo que queremos es recuperar confianza y credibilidad, algo imprescindible. Lo que hace falta para ello es un liderazgo potente y solvente, altura de miras y generosidad. No solo a los políticos les iría mejor, sino a todos. ¿No les parece?