Alguien decía con razón que toda mala situación es susceptible de empeorar. Por lo que sospechamos todos, el próximo otoño no es que se presente caliente sino más bien infernal, IVA incluido. Y el invierno, navidades incluidas, sin paga extraordinaria para muchos ciudadanos, será peor que una cuesta de enero bien empinada. Eso en lo económico, pero en lo social se vislumbran las esperadas protestas de determinados sectores por los recortes. Pero la pregunta es si esas manifestaciones se quedarán en lo propio de un sistema democrático, al ejercer unos derechos perfectamente contemplados o si nos desviaremos hacia movimientos propios de quienes están en contra del sistema. Es verdad que muchos ciudadanos se pueden sentir víctimas de esta crisis, cuyo peor exponente es el paro, del que no tienen culpa alguna y señalan a la clase política o económica como responsables. Esa lectura es fácil y hasta demagógica, pero no exenta de algo de realismo. A los políticos se les está demonizando pero también parecen instalados en cierto tancredismo a la hora de tomar medidas verdaderas de recorte que afecten a su propia estructura.
Necesitamos a los políticos, quizá ahora más que nunca. Si en la Transición española estuvieron a la altura y construyeron la democracia, ahora hace falta una regeneración por su parte, que sepan que hay que sentar unas nuevas bases para que este país se recupere y salga adelante. Tengo la impresión de que acciones ocurridas aquí en Andalucía esta semana no vayan por el buen camino, sino todo lo contrario. El asalto de supermercados liderado por un parlamentario regional es tirar piedras contra el propio tejado. Se pierden los argumentos cuando un político incumple la ley. No me sirve el pretexto de los símbolos, porque en política los gestos son muy importantes. Los hechos protagonizados por el diputado Sánchez Gordillo son condenables y solo conducen a la evocación estéril de historias como la de Robin Hood, escenas del bandolerismo romántico andaluz o a rememorar episodios anárquicos que no tienen sentido en pleno siglo XXI.
Hacen falta políticos con sentido de Estado, con los pies en el suelo y apegados a la ciudadanía. Winston Churchill decía que un político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones. No creo que la mejor imagen de España sea ver a un parlamentario animando el asalto de un supermercado. En la indignación no cabe delito alguno. Bastantes indignados son los más de cinco millones de parados. Se merecen respeto y un puesto de trabajo, ni escenas, ni imágenes mediáticas sino realismo. Y, además, con la crisis económica tenemos bastante, no queremos ni crisis política ni social en este país. ¿No les parece?
Ya he puesto un comentario, pero parece que no es muy del agrado de este censor, a ver si cambian pues ya han perdido un lector. Aunque eso no parece que les importe demasiado estos amarillo – blogs tiene otro fin ¿verdad?