La crisis económica que azota España se está cargando la existencia de las cajas de ahorros, a pesar de que suponían prácticamente la mitad del sistema financiero español. De las casi medio centenar de existentes hace un par de años, apenas quedan una docena de ellas.
Nos encontramos con que algunas de las cajas han desaparecido por absorción, otras tienen grandes agujeros, están intervenidas, hay que inyectarlas muy elevadas cantidades de dinero público, y sobre el resto se esperan movimientos próximamente. Todas ellas bajo el paraguas de unos bancos en los que no pueden tener la mayoría, según las imposiciones dictadas por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Son, precisamente los bancos, los grandes beneficiados de esta situación.
Es verdad que tenían ciertas debilidades, unas más que otras, como su excesiva dependencia del sistema político-partidista, que algunas cometieron grandes excesos en riesgos inmobiliarios e incluso una gestión poco eficiente y competitiva, en mayor o menor medida y con excepciones conocidas. Pero también que eran entidades muy arraigadas en su terreno y capaces de dinamizar la economía empresarial más cercana. Además, su fundamento, sin ánimo de lucro, era aportar los beneficios a las denominadas obras sociales.
Quizá lo más grave sea que los ciudadanos verán la desaparición de las aportaciones de estas instituciones en asistencia social, sanitaria, educativa, en el desarrollo de actos culturales, artísticos o en la conservación del patrimonio histórico. Y, ojo, si todo lo dedicado por las cajas españolas en este ámbito se hubiera sumado, el total era muy superior al de la fundación internacional más importante, como la que auspicia Bill Gates y su esposa.
Hay quien puede pensar ahora que en Andalucía el proyecto de caja única, auspiciado hace años más por intereses políticos que económicos, hubiera sido la mejor solución. La pérdida de identidad local era, tanto antes como ahora, el gran fracaso. Las fusiones, por tanto, con entidades de la misma comunidad autónoma hubieran supuesto el mismo problema, un solapamiento más difícil de digerir, que sumarse a una alianza con otros socios, sobre la base de un trabajo serio y responsable, como ha sido el caso de CajaGranada. Hasta aquí, nada reprochable. Se ha ganado tiempo, que no es poco, y se han superado serias adversidades. Otras muchas se han quedado en el camino. Lo que me temo es que a partir de ahora la supervivencia se hará más cuesta arriba. Hará falta negociar con el objetivo de que nuestros intereses salgan lo menos perjudicados ¿No les parece?