Este pasado lunes el mundo se conmocionaba al conocer la inesperada renuncia de Benedicto XVI al frente de la jerarquía eclesiástica católica. A partir de ahí, expertos vaticanistas han proliferado para dar su versión ante tal trascendente acontecimiento histórico. Las hay variadas y más o menos fundadas. Pero prefiero quedarme con sus palabras textuales, que fueron el gran titular de este periódico el día siguiente: «Ya no tengo fuerzas» y que «gobernar la Iglesia exige vigor del cuerpo y del espíritu», afirmó el Santo Padre. Resulta fácilmente entendible cuando Joseph Ratzinger cumplirá en dos meses 87 años. Sin menoscabar a quienes han ofrecido distintas explicaciones y teorías, me quedo con la más simple, la humildad de quien es consciente de sus limitaciones y afronta la situación con generosidad y responsabilidad. Ejemplar.
También lo fue cuando pidió perdón públicamente ante los lamentables casos de pederastia protagonizados por sacerdotes, que tanto daño han hecho a las víctimas y a la propia institución. Valiente.
Por estos lares, cada semana nos superan nuevos episodios referidos a la corrupción o comportamientos impropios en la política. Los últimos, el espionaje en Cataluña, que todavía nos dará muchas páginas de gloria, la ‘reflexión’ que realiza el vicepresidente de CEOE, Arturo Fernández, tras las declaraciones de empleados suyos, que afirman haber recibido dinero negro, y las supuestas revelaciones ayer sábado del exsocio de Iñaki Urdangarin. Bochornoso.
Lo mejor de estos días ha sido que el Gobierno ponga en marcha la reforma de la Administración Local. Aunque tardía, supone algo de recortes, pero creo que la ciudadanía los considera insuficientes y echa en falta que en medidas que afectan a toda la clase política no haya un mínimo acuerdo o consenso entre partidos. Lamentable.
Después del ejercicio de Rajoy de mostrar sus ingresos, el líder de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba, ha verbalizado los suyos pero desconocemos las dietas de ambos porque no se someten a tributación. Lo mismo puede ocurrir con los concejales que no tendrán sueldo. Hace falta saber si lo que pierden por un lado lo mantienen por otro y, sobre todo, que la opacidad de esas dietas, nada tienen que ver con las del resto de trabajadores, desaparezca. Más transparencia.
Así, no me extraña nada que un 77,3 por 100 de los andaluces no se muestren identificados con ninguna formación política y el 80,7 por 100 se manifiesten insatisfechos con el funcionamiento de la democracia, según datos de la encuesta CADPEA, de la Universidad de Granada, difundidos este viernes. Alarmante. Ante todo esto, la actuación política tendente a recuperar la confianza debe ser inmediata, contundente y más ambiciosa. ¿No les parece?