El PP y la sabiduría de la vida

Hemos contemplado esta semana un acontecimiento histórico y de especial trascendencia para la Iglesia Católica, como ha sido la celebración del cónclave en el Vaticano. El elegido, como todos sabemos, fue Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires. Reúne un perfil realmente singular, al tratarse del primer Pontífice no europeo, por su condición de argentino, y perteneciente a una orden religiosa tan relevante como son los jesuitas.

Esas características, junto con las primeras imágenes y gestos realizados por el Papa Francisco, como su sencillo atuendo, la forma de dirigirse a los fieles, no utilizar el lujoso coche oficial, acudir en persona a la residencia religiosa donde estuvo alojado en Roma antes del cónclave para abonar sus gastos o la acogida que tuvo ayer ante más de seis mil periodistas acreditados ante la Santa Sede, han hecho que se tenga de él una percepción muy positiva como persona cercana, sensible a la pobreza y alejada de los boatos inútiles.

Todo aquel que ejerce una labor pública es consciente de que cualquier acto puede ser una oportunidad. De ahí el interés de muchos políticos que conocemos por salir en la televisión o en las fotos de los periódicos, muchas veces más preocupados de la imagen que del mensaje a transmitir. Las primeras manifestaciones del Papa Francisco dan la sensación de que su pensamiento estará muy cerca de la realidad. Ayer, ante la prensa señaló: «¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!» Me parece magnífico, aunque por el momento sea una mera intuición ya que al Santo Padre, como a cualquiera, le conoceremos por sus obras y para ello hay que esperar.

Pero les cuento otra frase que pronunció ante los cardenales que le eligieron, refiriéndose a la vejez: «Es la sabiduría de la vida». Al PP le ha podido venir muy bien y aprovecharse de ella, porque el Gobierno de Mariano Rajoy aprobó ese mismo día una reforma que endurece las condiciones para la jubilación anticipada, añade condiciones para percibir el subsidio de paro a los mayores de 55 años y crea la figura del pensionista activo. Pretende que los trabajadores españoles aporten más sabiduría, pero me temo que mientras algunos piensan que la medida es necesaria para la pervivencia del sistema de pensiones, otros la consideran un exceso. Quizá hubiera sido mejor hacerlo con consenso y no mediante decretazo. Tampoco hubiera estado mal conocer antes algún gesto de nuestra clase gobernante cuando impone más sacrificios, por ejemplo con recortes en el sistema de pensiones del que gozan los miembros del Congreso de los Diputados. ¿No les parece?