La entrevista de Antena 3 a José María Aznar ha sido un gran cataclismo, un tsunami político, al reclamar alto y claro que los impuestos deben bajarse ahora. Y se lo dijo de manera contundente a Mariano Rajoy, a quien el propio Aznar eligió. Se valió de su poder digital para expresar lo que piensan muchos militantes de su propio partido, incluidos altos cargos, pero no se atreven a expresarlo en público y, sobre todo, es lo mismo que opinan incontables votantes. Aznar quería distanciarse de su sucesor y poner en valor su mandato, sobre todo ahora que se airean lo que pueden ser trapos sucios en la financiación del PP y sobresueldos para dirigentes de la calle Génova. El expresidente, con palabras todas perfectamente medidas, quería dejar señalar que el partido está por encima de todo, del bien y del mal, y si se equivoca alguien será Rajoy, porque el proyecto del PP es otra cosa y de lo que se trata es de ganar elecciones. Es una forma de pensar. Otra, tan respetable como la anterior, es valorar como un acto de deslealtad lo que hizo Aznar con Rajoy.
Lo del regreso no se lo cree casi nadie. Segundas partes no son casi nunca buenas y, además, hay muchos que consideran que el último mandato de Aznar no dejó buen sabor de boca en una gran parte de los españoles.
Quien también se ha manifestado proclive a volver a la política es Baltasar Garzón, exmagistrado de la Audiencia Nacional, apartado de la judicatura hasta 2021 en virtud de la condena por las escuchas ilegales en la investigación de la trama Gürtel. Propugna una izquierda progresista en la que caben el PSOE e IU y también iniciativas ciudadanas. ¿Cómo la del 15M? La mezcla puede ser complicada, pero de ahí –y no me refiero a ninguno de ellos– a una candidatura populista existe muy poca distancia, porque lo fácil ahora es castigar a los dos grandes partidos mayoritarios, populares y socialistas, con tendencia a la baja. No apuesto ni por Aznar, ni por Garzón. Sobra pasado, falta futuro.
El último en llegar, pero para quedarse –este sí– en un cargo relevante en estas tierras andaluzas es un nuevo Defensor del Pueblo, Jesús Maeztu. Sustituye a José Chamizo, excelente persona, quien se ha mostrado crítico contra los partidos por no renovarle en el cargo e incluso también a pasarse a la político. Después de 17 años hay razones para que sea relevado y hasta para que se cuestione la existencia del propio cargo, cuando los recortes se hacen imprescindibles en las administraciones públicas, especialmente cuando se producen duplicidades, en este caso con el Defensor del Pueblo español. ¿No les parece?