Esta semana hemos conocido el intento frustrado para subirse el sueldo del presidente del Parlamento de Andalucía, Manuel Gracia, y los portavoces adjuntos de los grupos parlamentarios, con el visto bueno unánime de la Mesa de la Cámara. En eso sí se habían puesto de acuerdo los tres partidos: PSOE, IU y PP. Además, lo mantenían en secreto, pero gracias a la publicación de la noticia en los diarios de Joly, la dádiva saltaba por los aires y en cuestión de horas se abortaba la decisión, aunque el escándalo ya era imparable y mayúsculo.
Me resulta asombroso que todavía haya políticos sin sensibilidad y sean capaces de tomar medidas que perjudican a su propia imagen aunque beneficien a su bolsillo. No se puede generalizar, pero es un síntoma de la desconexión que viven muchos de nuestros representantes, alejados de la realidad y sólo preocupados por su propio interés. Flaco favor hacen a la democracia y a la credibilidad de un sistema basado en los partidos, según recoge nuestra Constitución. «Concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular», señala la Carta Magna. Desde luego, el sentir mayoritario de la ciudadanía no podía aprobar una subida de sueldos como la que se pretendía en la Cámara autonómica. Con este tipo de actitudes, quienes son elegidos democráticamente tiran por el suelo la legítima representación que les dan sus cargos, cuyo fundamento no es otro que el de servidores públicos.
Y en este asunto, como en otros relacionados con las retribuciones de miembros de partidos, parlamentarios o cargos públicos, es bochornoso que se intente disfrazar como dieta lo que realmente es un salario, neto y opaco fiscalmente no sujeto a control alguno. Cualquier trabajador tiene que cumplir unos requisitos con las dietas, acreditar los gastos, y si supera los límites exentos por ley tendría que tributarlas. Por contra, las dietas de todos los cargos electos no quedan sujetas a los requisitos del común de los ciudadanos y por lo tanto evitan la tributación ordinaria. En cualquier caso, un episodio bochornoso en estos tiempos de crisis, recortes y sacrificios, de políticos que no parecen tener claro el rumbo de su responsabilidad ni ninguna estima hacia los ciudadanos. Tendremos pronto una ley de transparencia, espero que con ella se deje claro que la función política y pública debe ser un modelo de comportamiento y austeridad. Quizá sea mucho confiar. Y, permítanme, que no diga nada del valor de la Prensa. ¿No les parece?