Encaramos el mes de septiembre con el inicio de un curso político que se presenta interesante y novedoso. Asistiremos en Andalucía a una semana en la que se producirá el debate de investidura de la que será la nueva presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz. Se materializa así una transición exprés, primero con la dimisión de José Antonio Griñán y, luego, las elecciones primarias no consumadas entre los socialistas. Todo ello en un plazo inferior a dos meses, con una hoja de ruta perfectamente diseñada por Griñán encaminada a abandonar el cargo para el que fue nombrado hace apenas año y medio. Al final ha reconocido que su dimisión se debe a varias razones, entre ellas evitar que se haga daño a Andalucía por el caso de los ERE. Eso es asumir responsabilidades políticas, aunque la oposición no lo haya rentabilizado ni tampoco exime a otros, a falta de la conclusión del ya largo recorrido judicial iniciado por la juez Mercedes Alaya.
El guión sobre la llegada de Susana Díaz está escrito. Tomará el mando de una comunidad autónoma tan importante una mujer que no ha cumplido cuarenta años. Será la persona con más poder institucional del PSOE, que apostó por Chacón frente a Pérez Rubalcaba, perteneciente a una generación muy distinta a la de los dirigentes que casi durante más de treinta años llevan gobernando Andalucía. Si hace una década Manuel Chaves puso en marcha aquella segunda modernización como imagen y gesto de regeneración, ahora hace falta un milagro o una revolución para acabar con unas tasas de paro lamentables y emprender entre la ciudadanía una recuperación o al menos un respeto por la actividad política, dañada por los ERE y otros muchos comportamientos que son un lastre después de tantos años en el poder.
Griñán se propuso como uno de sus grandes objetivos acabar con el centralismo de la Junta y es obvio que no lo ha conseguido. No estaría de más que su sucesora se empeñara en esa labor, precisamente porque no supone más gasto económico sino todo lo contrario. Se trata de voluntad política. Andalucía necesita un buen baño de orientalismo para cubrir las sensibilidades específicas de provincias como Jaén, Almería y Granada. No son localismos trasnochados sino que la pertenencia a Andalucía resulte una suma, no una resta, y se perciba como algo cercano, próximo, además de lograr una eficiencia administrativa y mejor gestión. Para ello tendrían que estar en el próximo consejo de gobierno dignos y capaces consejeros que representen y sirvan de interlocutores a esta parte fundamental de nuestra comunidad autónoma. ¿No les parece?