El pasado miércoles Eduardo Serra, presidente de la Fundación Everis, presentó en Granada ‘Transforma Talento’, una iniciativa sin ánimo de lucro y promovida desde la sociedad civil, que tiene como objetivo contribuir a ampliar el debate y la conciencia sobre la realidad y las oportunidades del talento en nuestro país, ayudando a identificar, acelerar y ampliar las reformas necesarias en el camino hacia una España real y plenamente basado en el talento.
Serra es ‘rara avis’. Que yo sepa, el único político en España que ha sido alto cargo, secretario de Estado y ministro en los gobiernos de los tres partidos que han ejercido el poder desde 1977, la Unión de Centro Democrático, PSOE y PP. Ha sabido irse de cada uno de esos puestos en el momento oportuno, sin perpetuarse, y con una brillante trayectoria en la vida empresarial como presidente y miembro de consejos de administración de muy importantes compañías españolas y multinacionales. Desde hace unos años se dedica a una misión filantrópica, como fue poner en marcha el proyecto ‘Transforma España’ del que ha surgido este ‘Transforma Talento’. Su discurso es impecable y necesario para salir de la crisis, porque de la recesión parece que ya nos alejamos. Serra se muestra crítico con la educación, sobre la que haría falta un consenso de Estado, y también con la escasez de talento político.
El informe introductorio de este proyecto señala, precisamente, que se ha erosionado mucho la confianza de los ciudadanos en los políticos debido a tres problemas: el auge de la corrupción, unido a cierta sensación social de impunidad, el desequilibrio entre oferta y demanda de talento político y cargos públicos para dar cobertura a un gran aparato de administraciones y, finalmente, un déficit de visión de Estado en el que priman los intereses partidistas sobre el general. Sólo puedo decir amén.
Pero Eduardo Serra comentó en el coloquio algo que me llamó la atención, además de la necesaria reforma electoral que propicie la cercanía del votante a sus representantes, destacó la pleitesía que le rinde gran parte de la ciudadanía española a sus gobernantes y la prepotencia de la que hacen gala muchos de estos últimos. Aquí olvidamos lo que significa ser servidor público, por un lado, y contribuyente al erario y ciudadano por otro. Los políticos se ganan el sueldo que pagamos entre todos. No nos podemos conformar con elegirlos cada cuatro años ni ser únicamente consumidores o usuarios de servicios públicos. Hay que conseguir, como señala este proyecto, el suficiente empoderamiento ciudadano para que se sitúe como centro de gravedad del sistema y reforzar con ello a nuestra sociedad civil. Hay que ser ciudadanos. Sólo hace falta que exista, para empezar, un compromiso individual para reclamarlo. ¿No les parece?