Después de esta «semana de dolores» difícilmente volverá a ser lo mismo en las relaciones entre el PSOE e Izquierda Unida en Andalucía. La cuerda se ha tensado, no ha llegado a romperse pero ahora sobran metros de desconfianza. El gobierno de coalición en la Junta se mantiene vivo después del rifirrafe motivado por el desalojo de una veintena de familias que ocupaban un edificio de Sevilla, que llevó a la presidenta Susana Díaz a quitar las competencias relativas a la adjudicación de viviendas públicas a la Consejería de Fomento, en manos de Elena Cortés, de IU. A su juicio, el procedimiento de realojo vulneraba principios de igualdad e incluso podría existir prevaricación. El decreto tuvo como respuesta de Izquierda Unida una «suspensión momentánea» del acuerdo de gobierno. Al final solo ocho vecinos han reunido los requisitos, con lo cual el desencadenante en aras de la legalidad por parte de la presidenta estaba justificado. La protesta o la afinidad ideológica no pueden ser nunca argumentos prevalentes.
Izquierda Unida tiene un problema de difícil digestión. Son muchas las sensibilidades que conviven en su seno. Ya conocemos lo que significó Sánchez Gordillo y los asaltos a supermercados, y parece que ahora son más los que creen en las movilizaciones. Piensan que la calle es de ellos, no los sillones del poder, el gobierno o la gestión. Se ha producido un cierto avance de posturas radicales en esta formación, mientras que los más institucionales han perdido peso. Los que se mostraron en contra del pacto con los socialistas han sido los primeros que querían deshacerlo.
Lo que pueda ocurrir de aquí al verano, con el resultado de los comicios europeos de por medio, será definitorio para saber si el clima entre PSOE e IU de entendimiento, diálogo y lealtad mutua vuelve a ser como antes de esta fractura. Si no es así, muy posiblemente nos encontremos con elecciones anticipadas para el otoño.
La estabilidad para cualquier administración es fundamental e imprescindible. Lo curioso es que en Andalucía se haya logrado durante dos años muy difíciles, los dos primeros de esta legislatura, con unos presupuestos no exentos de recortes. Ahora que se ve la luz ha imperado el desencuentro y los recelos. El partido creo que refleja en el marcador la derrota de ambos equipos, a falta todavía de un indeterminado tiempo de juego. Un episodio que beneficia a la oposición por el simple hecho de ver al adversario con dificultades y no por gozar de fortaleza propia. Hace falta que todos nuestros dirigentes hagan política de altura, sin demagogias ni populismo y menos intereses partidistas.¿No les parece?