EL Primero de Mayo ya no es lo que era por muchas razones, entre otras porque ha perdido aquello de ‘fiesta de los trabajadores’. Antes se celebraba tener empleo y hasta se podían reivindicar mejoras de todo tipo. Ahora, con cinco millones de parados hay poco o nada que festejar y si se crean nuevos puestos de trabajo parece que la precariedad es el común denominador. A todo eso hay que unir que las dos grandes centrales sindicales no pasan por sus mejores momentos, debido a los presuntos casos de corrupción que se investigan en torno a ellas y que a lo largo de los últimos años su papel ha sido un tanto acomodaticio ante el poder y las instituciones. Nos encontramos con un desapego importante ante estos agentes sociales por parte de la ciudadanía, cuando su papel debería ser más necesario que nunca en la búsqueda y colaboración en la consecución de nuevos empleos. Me parece estupendo que tengan sus propias propuestas. Esta semana los secretarios generales de CC OO, UGT y USO, junto con la secretaria general de la Confederación Europea de Sindicatos, presentaron al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, un denominado Plan de Inversiones a escala comunitaria, con el que se crearían once millones de puestos de trabajo en una década. Ojalá, pero otra cosa es de dónde sacarían los fondos necesarios.
También hemos conocido los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA), mejores que los anteriores, pero desoladores en cuanto a destrucción de empleo. Y al día siguiente las nuevas estimaciones del Gobierno sobre crecimiento económico y la previsión, que se convierte en promesa, de que se crearán 600.000 empleos en dos años. A esperar y que también se cumpla, por el bien de todos. A la vista de la alegría turística que hemos visto este puente, hay motivos para pensar que la cosa cambia a mejor.
Y la campaña a las europeas se enfanga entre los dos partidos mayoritarios. El duelo entre las Sorayas en el Congreso de Diputados abre una dinámica que no conviene a nadie, mientras que en el Parlamento de Andalucía el popular Carlos Rojas y el socialista Mario Jiménez no se quedaban a la zaga y protagonizaban un muy tenso pleno, entre mutuas acusaciones de corrupción. En política funciona aquello de que la mejor defensa es atacar al contrario y se aplican en ello.
El «y tú más» o sembrar dudas es algo que les perjudica. La ética y la moral deben estar omnipresentes en la vida pública y no deberían llegar a los juzgados, pero si hay que denunciar un delito para eso están los tribunales y mientras tanto transparencia, que no sobra y falta hace. ¿No les parece?