Manuel Jiménez de Parga y Cabrera nació en pleno corazón de Granada, en la Gran Vía de Colón, en 1929. Su condición de granadino y andaluz era siempre su carta de presentación, porque su acento le delataba y siempre presumía de ello.
Tuve la suerte de conocerle hace casi tres décadas cuando llegué a un periódico llamado ‘Diario 16’. Formábamos parte del consejo editorial y desde entonces ha sido para mí un asesor jurídico-político de cabecera. Firmaba un suelto diario de gran calidad bajo el seudónimo de ‘Secondat’ y profundos artículos y tribunas de opinión. IDEAL publicó el pasado día 25 una amplia y acertada información sobre su última obra: «Los 500 brevetes de Secondat», una recopilación de los escritos hasta hace poco en ‘El Mundo’. Me consta que se llevó una de sus últimas grandes alegrías al ver esas dos páginas en el periódico de su tierra. Llevaba a gala haber escrito su primer artículo en IDEAL, en 1948. Luego escribió centenares en los grandes rotativos de este país, así como una docena de libros. Puso a sus memorias un título significativo: ‘Vivir es arriesgarse’.
Cuando llegué a Granada mantuve la relación amistosa con este paisano tan ilustre, a pesar de que ocupara una de las grandes instituciones del Estado, primero como magistrado y luego como presidente del Tribunal Constitucional, cargo al que dotó de gran prestigio. Jiménez de Parga ha sido un hombre ejemplar en multitud de facetas y valores, tanto humanos como profesionales.
Después de pasar por los Maristas, obtuvo la licenciatura en la Facultad de Derecho de Granada con premio extraordinario y a los 28 años obtuvo por oposición la cátedra de Derecho Político por la Universidad de Barcelona. Cuando se jubiló ocupaba el número uno en el escalafón nacional de catedráticos, con más de 47 años reconocidos de servicio al Estado. Sin duda era, eso, un hombre de Estado, desde su vertiente docente y académica, con una vitola impecablemente democrática aún en tiempos del franquismo. Fue tildado de ‘rojo’ e incluso fue víctima de una agresión por parte de ultraderechistas. Más tarde hubo quien le tachó de conservador por su actitud como miembro del Constitucional, al incorporar en determinadas sentencias votos particulares en sentido contrario al grupo al que presuntamente se le adscribía. Él decía que no había tenido evolución ideológica alguna: «Pienso igual que hace cuarenta años».
Entró en política con la Transición, al sumarse a la Unión de Centro Democrático (UCD) liderada por Adolfo Súarez. Fue diputado en las primeras elecciones democráticas, el 15 de junio de 1977, y ministro de Trabajo en el gobierno que salió de aquellas urnas. Es el único granadino que después de la Dictadura ha ocupado un departamento ministerial. Luego fue embajador ante la Organización Internacional del Trabajo (OIT), con sede en Ginebra. Regresó como catedrático de Derecho Constitucional a la Complutense y desde 1986 a 1995 fue consejero de Estado. Bajo su mandato en el Constitucional coincidieron en aquella institución tres granadinos, ya que también eran miembros Elisa Pérez Vera y Fernando Garrido Falla.
Es, por tanto, de las pocas personas que han ocupado con brillantez cargos destacados en los tres poderes del Estado, legislativo, ejecutivo y judicial. Y si el cuarto poder es la prensa, también ha sido un gran maestro del pensamiento y la reflexión con la palabra escrita y muy vinculado al mundo empresarial de los medios de comunicación. Además es hijo predilecto de Andalucía y Medalla de Oro de la Ciudad de Granada.
Con ocasión de la también lamentable pérdida de Adolfo Suárez tuve ocasión de hablar con él por última vez y fui testigo de su bonhomía, integridad y dignidad. Ha fallecido rodeado del cariño de sus siete hijos y veintiún nietos.
Descansa en paz y recibe, don Manuel, un abrazo de tu periódico, del que tienes el galardón IDEAL del año, y de uno de tus muchos amigos.