La semana pasada, jornada electoral, cerraba esta carta con las siguientes líneas: «Estaremos preparados para dar la bienvenida a cualquier nueva situación si se produce que pretenda ofrecer soluciones y mejoras». Me refería al principal partido de la oposición, el gran perdedor. Ha sido lo único que formal e institucionalmente ha cambiado del domingo pasado a este. Alfredo Pérez Rubalcaba anuncia que dimite como secretario general del PSOE tras el resultado de los comicios europeos. Es el primer hecho relevante, porque la valoración o interpretación de los resultados se hace a gusto de cada cual. Algunos dicen que no son trasladables y que no hay motivos de preocupación, aunque una formación ha irrumpido de forma inesperada como la cuarta fuerza política en España, al recoger gran cantidad de indignados y perjudicados por esta crisis, con claros tintes populistas. En cualquier caso allá cada uno con sus conclusiones. El bipartidismo sale perjudicado y el PSOE toca fondo.
Inevitable por tanto la dimisión de Rubalcaba y que los socialistas inicien una profunda refundación. Lo que no entiendo es el proceso. ¿Cómo iban a elegir este otoño en primarias abiertas a su candidato a la presidencia del gobierno y ahora en julio pretendan que unos mil delegados voten para decidir quién será su secretario general? ¿No es una de las prioridades del PSOE abrirse a la sociedad? ¿O es que ponen por encima los intereses de su partido a los de España? ¿Quizá temen más dejar las riendas del partido que las de la nación a un advenedizo?¿No hubiera sido mejor adelantar las primarias y ya con un líder fortalecido que luego se le refrendara en un congreso?
Imagino que la presidenta de Andalucía, Susana Díaz, satisfecha con el resultado alcanzado en esta comunidad, se debate este fin de semana en la encrucijada de optar a la secretaría general. Casi todos los barones regionales se lo han pedido. Quizá hubiera sido mejor la opción de la gestora presidida por ella e iniciar la necesaria renovación. Si se ha gobernado España y el PSOE o el PP, como hicieran González, Aznar o Rajoy, se puede estar al frente de una comunidad autónoma y dirigir un partido.
Susana Díaz se ha cansado de repetir que su prioridad es Andalucía y debe serlo hasta que haya sido respaldada por una victoria en las urnas. Eso es compatible con su contribución a sacar a su partido del abismo, pero creo que cualquier salto antes a la arena nacional puede ser al vacío. Ni las primarias ni menos aún una mayoría o unanimidad orgánica, si contar con las bases, es el mejor tren al que subirse. Habrá otro.
Ahora la política hay que entenderla de otra manera, precisamente por la crisis, los casos de corrupción, el desgaste de los políticos y la desafección ciudadana. Las ideas y las soluciones reales están por encima de las personas, aunque es verdad que los liderazgos marcan improntas decisivas, para bien o para mal. Decía Rubalcaba, considerado un político de altura y hombre de Estado, que «los españoles enterramos bien». Es verdad. Lo malo es que debe tener cuidado con su gestión para no ser también el enterrador si su partido no encauza correctamente su futuro. ¿No les parece?