Este lunes 2 de junio pasará a la historia como el día que el Rey Juan Carlos I abdicó la corona de España. Aunque en los últimos años se especuló sobre ello, la noticia sorprendió por su trascendencia. Era previsible que el Rey tomara tal decisión cuando lo creyera más conveniente para los intereses de nuestro país, porque desde que España se convirtió en una monarquía parlamentaria, gracias al impecable papel que él mismo jugó, su institución se ha caracterizado siempre por mostrarse moderna y avanzada. Parece acertado el momento cuando el Rey ha sabido sobreponerse y ha desarrollado una agenda de viajes dedicada a la promoción empresarial española. Y lo más importante –como sabemos– es que cualquier situación por mala que sea es susceptible de empeorar.
No extraña, por tanto, que se inicie un proceso que entiendo debe asumirse con normalidad dentro de los cauces legales y constitucionales, a través de una ley orgánica aprobada por el Congreso y Senado, para posteriormente proclamar a Felipe VI como nuevo Rey. Lo que era también inevitable es que esta circunstancia se aprovechara por algunos para poner en cuestión la Monarquía. Están en su derecho, pero deben saber que la Corona está legitimada desde la aprobación mayoritaria de la Constitución. No tiene sentido alguno plantear un referéndum cuando no es la opinión generalizada de la ciudadanía, ni un problema para nuestro sistema democrático y de convivencia.
Don Juan Carlos culmina un mandato fructífero, el más brillante y positivo del siglo XX para España, con muchas más luces que sombras, pero es verdad que en el horizonte se presentan incertidumbres que conviene afrontar y superar. La situación de crisis económica parece caminar hacia una lenta recuperación, pero ya he escrito en estas líneas que sufrimos desgraciadamente otras crisis. En el aspecto territorial la postura de los independentistas catalanes es preocupante. En lo político la desafección ciudadana, achacable a los despilfarros y los excesivos casos de corrupción que padecemos, tiene que frenarse con una regeneración en la que es imprescindible la transparencia. La Corona debe ser ejemplar en todo ello y Felipe VI emplearse a fondo para jugar un papel, de alguna manera, similar al que protagonizó su padre en la Transición. Salvando las distancias, España necesita una segunda Transición que suponga recuperar principios y valores que hemos perdido. Es necesario que este país vuelva a ilusionarse y sentirse orgulloso de lo que ha alcanzado.
Ya sabemos que el rey reina pero no gobierna según nuestra formulación constitucional. Sin embargo puede jugar un papel fundamental como moderador e impulsor de la vida política e institucional, en la que existan espacios de consenso. Se trata de iniciar una nueva época con una nueva generación.
Y en esa segunda Transición quienes también deben embarcarse son los dos partidos mayoritarios que han demostrado su capacidad para gobernar. El PSOE inicia ya un proceso que no puede resultar fallido. Necesita un sólido liderazgo pero también una ideología definida y que llegue a la ciudadanía. No valen soluciones de mesa camilla. Un nuevo error o fracaso pondría en una situación muy delicada a los socialistas, con el riesgo de convertirse en una formación testimonial. El PP, si piensa que por haber ganado las europeas le conviene no moverse para salir en la foto, se equivocaría. ¿No les parece?