El PSOE estrena ya hoy un nuevo secretario general, Pedro Sánchez. Se supone que ha tenido manos libres para hacer un equipo a su medida y afrontar una nueva etapa en este partido, después de haber tocado suelo en resultados electorales. Aunque el cónclave socialista no tiene formalmente carácter político sino orgánico, el discurso de clausura de hoy y la entrevista que mantendrá mañana lunes con el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, serán las primeras señales del comportamiento de Sánchez como líder de la oposición. Se le tildó de centrista y moderado en las primarias, aunque ahora las bases respiran cierta radicalidad con derivas muy de izquierdas, sobre todo tras la irrupción y éxito de Podemos. En su partido hay quienes piensan que el tradicional papel que se ha jugado desde la socialdemocracia se ha acercado demasiado a la derecha, ya no vale, y ahora el PSOE tiene que alejarse del PP si quiere diferenciarse para llegar a una mayoría de la ciudadanía desencantada por la crisis. Otros, en cambio, consideran que el socialismo español se sustenta gracias a un electorado centrista y que esos votos son los que dan el triunfo en unos comicios generales, por lo que hay que desarrollar un papel muy institucional y nada extremista. Estas posiciones, presentadas de manera breve y simple, esconden unas políticas muy distintas a la hora de gobernar. Eso es lo importante y trascendente, porque no es lo mismo predicar que dar trigo. Cualquier político puede prometer lo que quiera a sabiendas de que no tendrá responsabilidades a la hora de ejecutar una determinada acción o política. Cuidado con ciertos cantos de sirena, cuya música puede sonar de maravilla, pero que no son otra cosa que populismo puro y duro. Los cambios no se producen cuando se está en la oposición, eso lo sabe el PSOE, sino cuando se habita en la Moncloa y se firma el Boletín Oficial del Estado.
A punto de acabar este mes de julio, conocemos datos positivos procedentes de la Encuesta de Población Activa (EPA) referidos al descenso del paro, el gran drama que vive nuestro país. Para el Partido Popular, con Mariano Rajoy a la cabeza, es la mejor baza que puede vender como mérito de su gestión, mientras la lacra de la corrupción no cesa con la aparición de nuevos capítulos que afectan a los dos partidos mayoritarios. En Andalucía, el caso de los ERE, parece que da los últimos coletazos antes de finalizar su instrucción, mientras siguen los relacionados con la formación y la financiación de UGT. La corrupción, esa lacra que genera distanciamiento y desconfianza de la ciudadanía con la política, debe ser objetivo prioritario de desaparición en los partidos.
Lo de Cataluña, con Jordi Pujol, no tiene nombre. España no roba a Cataluña, quien evade al fisco es quien roba a todos los españoles. ¡Qué barbaridad e indignidad! ¿No les parece?