Hemos contemplado un mes de agosto movidito. El tsunami por la confesión de Jordi Pujol sobre su dinero no declarado en el extranjero mantiene una fuerte resaca de imprevisibles consecuencias, mientras Artur Mas continúa con el pulso del referéndum ante un Rajoy impertérrito y reconfortado por el apoyo de la gran señora de Alemania y primera de Europa, Ángela Merkel, a quien nadie es capaz de hacer sombra después de que el francés Hollande haya tenido que buscar un nuevo gobierno sumiso con el que afrontar la austeridad y el italiano Renzi, a pesar de sus palabras y discursos, no acaba de despegar ni llega a los hechos. Solo nos queda en el debe el mal ejemplo que pone Mario Draghi sobre las cifras de paro en España, pero eso hasta quizá mejore con Luis de Guindos el año que viene al frente del Eurogrupo, de los ministros de Economía.
Esa fuerza de Rajoy le ha llevado, inspirado por algunos de sus barones regionales, a poner en marcha una reforma del sistema electoral municipal para que gobierne el partido más votado. El fundamento puede ser muy aceptable si se desarrolla bien y existe suficiente consenso, al menos del otro partido mayoritario, pero cambiar a 9 meses de las urnas y sustentarse en una mayoría absoluta no es muy estético.
En Andalucía, con buenas cifras turísticas, el capítulo de la corrupción no ha descansado. La jueza Alaya ha puesto en manos del Tribunal Supremo la decisión sobre la comisión de presuntos delitos de nueve aforados por los ERE, los dos anteriores presidentes y siete ex consejeros. También ha aflorado lo que se preveía, otro caso relacionado con un antiguo titular de la Hacienda autonómica, entre los años 87 y 90, Ángel Ojeda, detenido y puesto en libertad pero imputado por un presunto fraude en subvenciones públicas para formación. Un nuevo y lamentable espectáculo que mina la credibilidad de los ciudadanos hacia la política, quienes la ejercen, los partidos y las instituciones.
Cada formación mira por sus intereses y en este caso el PP de Andalucía se siente feliz de que los socialistas se encuentren en el ojo del huracán. Su líder, Susana Díaz, manifiesta hasta el cansancio su voluntad de transparencia, cambiar todos los mecanismos que hagan falta y que paguen los culpables, pero a nadie se le escapa que todo esto puede dañar su imagen. A partir de ahora se enfrenta a la elaboración de unos presupuestos, en los que sus socios de gobierno, Izquierda Unida, parecen estar muy interesados en cargar unas tintas muy de izquierdas para acercarse a ‘su’ electorado de Podemos. La cuestión es si la cuerda aguanta o se rompe y la presidenta de la Junta decide convocar elecciones este mismo otoño. «No se habla de otra cosa en los cenáculos políticos», como se parodiaba a un periodista, y si el rumor es la antesala de la noticia, que decía otro, nos encontraríamos con el desconcierto de un PP que cree que con esperar sentado es suficiente para ver pasar el cadáver de su adversario. Los socialistas quizá evoquen mejor a Albert Camus y señalen que “el otoño es una segunda primavera” si en lugar de hojas son votos los que hacen flor y ganan en las urnas. ¿No les parece?