Cuando todavía no nos hemos repuesto del escándalo de Jordi Pujol y familia, a la espera de conocer la verdadera dimensión de los auténticos negocios de la que parece poco honorable familia catalana, nos hemos encontrado esta semana con algo sorprendente, la existencia de una contabilidad ‘b’ en la antigua Caja Madrid y posterior Bankia, que amparaba el reparto de tarjetas a gogó entre consejeros y altos directivos. Más de 15 millones de euros sin control de dinero público. No se trataba de gastos de representación en nombre de la entidad, sino para uso personal, incluido billetes en efectivo de cajeros o el pago en supermercados. Se han producido dimisiones, pero pocas. Precisamente hace siete días escribía en estas mismas líneas sobre algunas dimisiones honrosas. Me equivoqué si Alberto Ruiz Gallardón dice que abandona la política y ocupa un puesto en el Consejo Consultivo de la Comunidad de Madrid, dotado de un buen sueldo que escasamente es acorde con un trabajo y su responsabilidad, aunque sea legal.
Hasta constitucional es que todos los españoles tengan derecho al trabajo o a una vivienda digna. Otra cosa es el sufrimiento que padecen cuatro millones de parados, como también hemos visto esta semana con las cifras de desempleo que no cesan, o las situaciones de precariedad que viven muchas familias. La Carta Magna les ampara pero la realidad es tozuda.
Artur Mas y los independentistas catalanes deberían cumplir la ley, pero son capaces de sacar otro decreto para crear una junta electoral y emitir anuncios sobre el referéndum para justificar su desafío, mientras en las calles siguen con la campaña. Erre que erre. La clave es hasta dónde serán capaces de llegar y cómo se les hará frente.
En cualquier caso, lo de las tarjetas regalo de una caja rescatada con fondos públicos y gobernada por los partidos políticos y agentes sociales, como sindicatos y organizaciones empresariales, es para salir corriendo de este país. Falta hace que quienes nos gobiernan, compañeros de prebendas de esos beneficiados, sepan marcar las distancias. Lo lamentable es que los dos partidos mayoritarios se enzarcen aquí en Andalucía sobre quién es más honesto. Al final podemos creer que todos son iguales y no es justo, por mucho que se utilice como argumento eso de la casta. Pero a este paso, ambos están perdiendo votos a montón. ¿No les parece?