Esta semana tampoco podía acabar sin que supiéramos de otro caso de corrupción. La conocida jueza Mercedes Alaya desarrollaba la llamada ‘operación Enredadera’, continuación de otra anterior denominada ‘Madeja’, en la que fueron detenidas 32 personas en trece provincias, la mayoría de ellas funcionarios o trabajadores de empresas públicas, como Adif, la gestora de las obras ferroviarias en este país, e incluso un concejal popular. Se trata, presuntamente, de una «trama criminal» que amañaba contratos, trabajos o servicios en diversos tipos de administraciones públicas en beneficio de una empresa que entregaba dádivas, regalos o dinero directamente a estos empleados.
Es otro episodio que añade cabreo entre la ciudadanía. Después de conocer casos que afectan a partidos, políticos, sindicatos o empresarios, lo dramático de este es que gran parte de los investigados por la jueza son trabajadores o funcionarios al servicio de sus respectivas administraciones públicas. Afecta a quienes debían ejercer una labor de vigilancia y control, con lo cual se pone de manifiesto la debilidad de un sistema que hace aguas por demasiados agujeros. Me cuentan que ahora mismo la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil y la Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal (UDEF) están saturadas de trabajo y no son capaces de cubrir todas las investigaciones que les llegan. Al tiempo que actúa la Justicia, se suman denuncias más o menos anónimas sobre comportamientos en pos de enriquecimientos ilícitos. Estamos en que ya se dispara a todo lo que se mueve y después se pregunta. También hemos conocido que el Supremo será el encargado de investigar a los aforados que la misma jueza Alaya considera implicados en el caso de los ERE fraudulentos, entre ellos los dos anteriores presidentes de la Junta de Andalucía, Manuel Chaves y José Antonio Griñán, además de otros ex consejeros. Aquí también sólo cabe esperar la decisión judicial.
Decía que el sistema —hay quien le llama régimen o casta— hace aguas, pero tenemos que ser conscientes de que fuera de él no hay vida. La democracia está basada en el cumplimiento de la ley, la transparencia, separación de poderes, ejemplaridad política. Los partidos son fundamentales, imprescindibles, pero tienen que cambiar y renovarse en su funcionamiento, que quienes lleguen a ellos lo hagan con vocación de servicio y no para enriquecerse. Este sábado se estructuraba ya como partido Podemos, y como no puede ser de otra manera, al modo tradicional, con un secretario general. Y junto a él, tres o cuatro más que en una mesa camilla cocinarán todo. Eso sí, revestido de un proceso participativo no exento de críticas. Recogen el descontento y desconfianza, sin necesidad de afinar en su programa salvo para concluir que con ellos todo cambiará a mejor. Su gran ventaja es no tener pasado, losas que les lastren ni condicionen. Los demás partidos se enfrentan a una ardua tarea para quedarse solo con lo mejor de sus herencias, regenerarse y crear ilusión para el futuro. No parece una labor fácil. Unos están enredados y otros ya tienen la carnaza en el anzuelo. ¿No les parece?