Me imagino que muchos de los seguidores de Podemos se habrán cogido un buen rebote esta semana al saber que sobre sus dos principales dirigentes hay sospechas, sólo sospechas –porque en un Estado de Derecho debe prevalecer la presunción de inocencia– de haberse comportado ambos de manera no ejemplar. El que un empresario acuse a Pablo Iglesias de cobrar en dinero negro intervenciones televisivas o que Íñigo Errejón tuviera un sueldo como profesor en la Universidad de Málaga sin cumplir con sus obligaciones como investigador, ha abierto una sombra sobre la credibilidad de quienes se han erigido como la gran alternativa para regenerar la vida política de este país. Otra emergente política, perteneciente al sector más ¿renovador? de IU y muy próxima a Podemos, como es Tania Sánchez, candidata a la presidencia de la Comunidad de Madrid, es investigada por haber participado como concejala de Rivas en la adjudicación a su hermano de contratos por valor de 1,2 millones de euros. Todo ello ha provocado que los presuntos implicados o sus entornos califiquen esto como una «cacería».
En los tiempos que corren los niveles de exigencia hacia los políticos se han elevado, se utilizan como arma arrojadiza y hasta parecen propios de procesos inquisitoriales. Hay motivos, demasiados casos de corrupción, pero generalizar no es del todo justo.
La preocupación de los ciudadanos en esta materia bate todas las marcas, según el sondeo del CIS conocido este jueves. Seis de cada diez españoles sostienen que es el principal problema del país, mientras hace cinco años solo lo expresaba el 0,4 por 100 de los encuestados. ¿Es que entonces no había corrupción o no nos enterábamos?
No es lo mismo, pero cuando la violencia en el fútbol –que llega a producir desgraciadas víctimas mortales, como recientemente ha pasado– la podemos contemplar en partidos de infantiles, nuestros hijos copian en los exámenes, se piden facturas sin IVA, nos dedicamos a comprar productos piratas o a bajarnos películas para evitar comprarlas y tratamos de colarnos sin pagar en algún que otro lugar… pertenecemos a qué, a una casta que debería olvidar esos comportamientos.
Aquí no es fácil quitarse el pasado de encima. Todos tenemos algo bajo la alfombra, muy pocos están impolutos. Los salvadores de la patria me parecen meros oportunistas, en unos momentos en los que las crisis, que la hay no solo en la economía sino en la política y también en instituciones, deberían servir para depurar, quitar lo malo, poner controles y transparencia, castigar de manera ejemplar e iniciar una nueva etapa, pero a visionarios, curanderos y charlatanes los dejamos de lado, porque todos aquí somos casta y tenemos pelitos… Perdón. Celebremos que nuestra Constitución cumpla 36 años y muchos más. Que los veamos. ¿No les parece?